miércoles, 3 de octubre de 2012

Las tomas, las protestas.

Cuando estudiaba en la Esnaola estaba terminando el período de facto 76-82. También ocurrió el Mundial de Fútbol y la Guerra de Malvinas para la misma época como eventos tristemente memorables.

Comencé la Esnaola a los 16 años, con una nula formación política como era habitual en esa época signada por la complicidad y el silencio ignorante.

A los 17 ingresó un compañero, creo que de ascendencia polaca, el único rubio del conservatorio, alto, delgado y alegre, muy ecléctico en sus gustos musicales. Rara avis. Enseguido comenzó a ser segregado por el resto de los compañeros varones (metaleros, hippies, rockanrrolleros), mientras las chicas nos manteníamos ajenas. El pibe vino un mes y medio o dos y después no vino más. 

Unos cinco años atrás, me reencontré en un cumpleaños con uno de esos compañeros que se autoidentificaba como villero, de don Torcuato, excelente y talentoso guitarrista. Rememorando, me contó que ese chico, el polaco, era evidentemente un "servicio". Un profesor y algunos más, creo, lo habían "corrido" o "apretado" para que no se infiltrara en la escuela. No dudo que él supiera más de lo que yo sabía, que era poco, sobre lo que ocurría en esa época. Y tal vez él y esos profesores tenían un olfato especial para esos casos.

Bastante antes de terminar mi carrera nos vinieron con la novedad de que iban a poner un colegio secundario, en la Esnaola. Nosotros hacíamos magisterio y éramos una población surtida en edades, 12, 14, 16, 20, 30. Hacíamos la secundaria de mañana y cocurríamos allí por las tardes. No queríamos un secundario. Queríamos un terciario. Así que fuimos a la DINADEA (la Dirección Nacional de Enseñanza Artística) e hicimos una sentada para que nos "adoptara" y pudiéramos promover nuestro título un nivel más (dependíamos de la DINEM, Dirección Nacional de Enseñanza Media). Éramnos pocos, no más de 10 (con ese agrandamiento de las gestas recordadas). Luego de eso y estando ya la decisión tomada, vestimos un luto simbólico por un tiempo y un par de medidas más, sencillas, que no tuvieron mayor efecto. Luego, un par de padres muy fachos de los aspirantes a la secundaria, prácticamente se apropiaron de la escuela. 

Desde hace pocos años, la Esnaola, tiene su profesorado, más de 20 años después de nuestro inocente intento.

Tal vez porque me formé con milicos en los techos de la escuela primaria apuntando sus fusiles al patio, amenazas de bomba mediante, paseos por la calle mientras se revisaba la escuela, tiroteos en las noches, fugas por los techos, y luego desapariciones, toques de queda y acosos por portar pelo largo, barba o ser artista, tal vez por eso, me quedó el miedo. 

Las tomas, aún hoy, me dan un poco de miedo. Porque hay riesgos. Y no soporto la idea de que los chicos los corran. Para mí son los cachorros de la sociedad que debemos cuidar para que conviertan en adultos valiosos. Pero fue en democracia que hubo un Kosteki y Santillán, un Mariano Ferreyra, un Julio Lopez, un Carlos Fuentealba y muchos otros casos más entre muertes, apremios, desapariciones, estigmatización, persecución, atropellos y cárcel.

No tiene que ver con tener o no tener razón. Tiene que ver con tener o no tener voz. Que alguien más escuche, se entere, sepa, levante la cabeza y deje de mirar el piso para encontrarse con la otra parte del mundo que no pisamos.

El tener o no tener razón tiene que ver con otras cosas, con el consenso, con la discusión, pero no con el derecho a la protesta o el reclamo.

Lo que la sociedad todavía no entiende es que no importa lo que se haga, siempre hay efectos colaterales fuera de control. Callar a alguien, o escuchar su voz. Ambas tienen efectos colaterales inimaginables. 

Y eso es lo fantástico.

Porque yo personalmente creo que no puede derivar nada malo de escuchar al otro, razonar juntos y construir acuerdos o formalizar planes.

Si es para reclamar mejoras, si es para aumentar la responsabilidad, mejorar la formación autónoma y responsable, bienvenidas sean las voces.

Claro, al poder político, no le conviene que la gente tenga voz. 

Porque aún hoy, mejor no hablar de ciertas... cosas.


Buenos días.



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