jueves, 25 de agosto de 2011

El Bien y el Mal 2.

Yo sé que debería remitirme a la literatura filosófica y/o teológica del tema. Pero querría aplicar conmigo lo mismo que con mis alumnos cada vez que puedo.

Primero explico de qué se trata esto que quiero aplicar. Yo creo que el conocimiento se construye. Y que se construye haciendo, experimentando y en forma comunitaria. O sea, nuestro conocimiento es lo que es a partir de nuestras interacciones con las personas y con los objetos. Nuestras "teorías del mundo" (conocimiento rudimentario instrumental heredado o bien propio, sin fundamento científico) provienen de padres, vecinos, primos, amigos, o de nuestra interpretación con los pocos o ningún elementos que tengamos (sean o no fiables). Esto no es invento mío, yo adscribo a los postulados constructivistas y mayormente a Vigotsky.

Por lo tanto necesitamos elementos para construir nuevo conocimiento. Corregimos en la medida que incorporamos nuevos.

Por eso mi "Delimitación de responsabilidad" que figura al pie de cada post: yo sé que hoy pienso lo que pienso en función a lo que hoy sé, a lo que hoy recuerdo y a lo que he experimentado. Trato de tomar con pinzas lo que no me consta pero arbitrariamente (como todos y cada uno de nosotros), selecciono a qué dar más crédito. Somos hijos de la memoria.

Ahora sí, vuelvo al tema del Bien y del Mal.

Lo que yo quiero es pensar y reelaborar lo que siempre pensé acerca del Bien y del Mal, lo que me fue inculcado y resometerlo a todo lo que aprendí desde que me fueron explicadas y examinadas.

¿Tengo que rendir cuentas hoy en función a lo que el otro me dijo que eran el Bien y el Mal?

Con todo lo que vi, lo que viví, lo que leí. Con todo lo que fui descartando por pueril, por contradictorio, por inconsistente o no pertinente, por falaz o nocivo, ¿puedo seguir conservando las antiguas creencias, mis antiguas teorías del mundo acerca del Bien y del Mal?

Difícilmente.

Antes de encarar una lectura acerca del Bien y del Mal, de lo que los pensadores han elucubrado (y bucear a partir de qué otro bagaje cultural, ético e histórico), me debo una revisión, una depuración de mis teorías del mundo.

Si hay algo que conservamos de nuestro origen animal es el miedo, con todo lo que implica. Yo he dicho en un viejo post "Expulsados y autoexiliados" dos conceptos que creo que conservo aún: "El Hombre ya no es parte de la Naturaleza" y "Muertos y desafiados los Dioses". Es esto lo que siento. No somos parte de la Naturaleza y tampoco parte de la Divinidad. Freud nos anotició de que ya no conservamos instintos. Criaturas sofisticadas, nosotros tenemos pulsiones. ¿Qué es entonces esto del Bien y del Mal? Suena a cuento de niños.

Y justamente, porque aún nos queda el miedo.

Y es el miedo para mí, lo que nos remite al Bien y al Mal.

Aquel que desconocemos que sufre aunque sufra, no estimula nuestra empatía.

Sólo cuando lo vemos sufrir y sólo cuando imaginamos su dolor, su miedo, su terror y sólo cuando somos capaces de sentir lo mismo, recién ahí ingresamos en el mundo ético de la empatía. El miedo a ser el próximo y la creación de una masa crítica nos crea la ilusión de protección. Si yo no lo hago y otros no lo hacen, no nos va a pasar.

Los sociópatas, los psicóticos que tienen alterada su propia percepción del dolor y del sufrimiento (alguna vez escuché algo así de boca de un psiquiatra acerca de los delincuentes muy violentas, pero podría no ser cierto o haber yo entendido mal), no reaccionan como nosotros ante del dolor y el castigo.

El miedo nos iguala. El  miedo nos hace hablar en los mismos términos. Miedo a sufrir, miedo al castigo, miedo a ser rechazados, excluidos.

Y creo que aquello que conservamos de nuestro origen animal está muy cerca del miedo pero muy lejos del Bien y del Mal. Los animales no conocen el Bien o el Mal. Conocen el placer, el dolor, el castigo, el poder  (del líder de la manada).

Así primero aprendemos a satisfacer a nuestros mayores, aquellos que detentan el poder. Y cuando introducen en nuestro lenguaje las palabras de Bien o Mal, y lo asocian con premios y castigos (como quien adiestra a una mascota), formamos nuestros primeros conceptos, muy rudimentarios, del Bien y del Mal.

Bien es/está aquello que satisface las imposiciones de aquel que detenta el poder y que produce un premio: primero en forma inmediata -los aplausos de los padres- y luego en forma diferida, incluso indefinidamente como es el caso del Paraíso. El Mal, en cambio, merece el castigo. La culpa no es más que la espera de un merecido castigo que no llega.

Nuevamente: muertos los dioses, ahora es el Universo quien premia nuestros actos correspondientes al Bien y devuelve nuestros esfuerzos asociados al Mal, vaya a saber según Quién. Eso sí, multiplicados (en muchas versiones) para que quede bien claro el mensaje.

Antes, cuando los dioses aún estaban allí, incluso un poco mezclados con la Naturaleza, o cuando éramos niños y su omnipresencia retrasaba nuestro discernimiento entre la realidad y la fantasía, nos enseñaron que estaba bien respetar a los mayores, bien estaba también no cuestionar a padres y maestros, estaba bien cubrir a un amigo, sacrificar la pareja por la familia, privilegiar al amigo de la infancia por sobre al amor sensual. Estaba mal salir con la novia/o del amigo/a, estaba mal poner límites a nuestros mayores, estaba mal abusar del poder... hasta que usamos nuestra primera influencia (¿qué es la influencia, sino el poder -por amistad, simpatía, promesas tácitas-, el poder de pasar por alto controles, turnos, cupos y procedimientos?).

Heredamos un catálogo y lo enriquecimos con las reglas no escritas de los grupos cuya pertenencia hemos valorado a lo largo de nuestra vida. Son los actuales "códigos", a veces concientes, y otras, tan profundos que los pensamos de sentido común.

La sociedad necesita que hasta los más simples, los menos instruidos, los menos sofisticados (y principalmente ellos -nosotros-) puedan poner en práctica lo permitido y lo prohibido. Todo lo que no está en la ley, actúa como barrera previa y se transmite de alguna forma: nuestros padres y familia primero, nuestros maestros y jefes, nuestros pares en los grupos valorados. Y todos ellos portan sus propios catálogos y sus propias excepciones, instituidas por las religiones (primer órgano de control social) y sus definiciones del Bien y del Mal como categorías absolutas y privativas de la Divinidad y reforzadas por todas las organizaciones sociales.

El animal se somete al líder y se come al débil (en caso de ser carnívoro), privilegia la aptitud como mecanismo de permanencia como especie, después es sólo el deseo sólo limitado por la fuerza y por el miedo.

Esto es lo que traemos como mochila. Todo lo demás es cultural, es creado por los fines que fueran. ¿Quiénes seríamos sin la aprobación y rechazo de las otras personas que transitan nuestra vida?

Buenos días.



DELIMITACIÓN DE RESPONSABILIDAD: Todas las afirmaciones de este blog son libres interpretaciones mías, sujetas a posibles, abruptos y arbitrarios cambios de opinión sin aviso previo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

El bien y el mal.

Es cierto que para tomar una decisión uno debería estar en condiciones de clasificar los hechos, las condiciones y las etiquetas de una situación.

La más sencilla ha sido para el hombre, las etiquetas del Bien y del Mal.

Todo ha ido cayendo en estas bolsas aunque a veces, muy en fondo, en el interior, donde no vemos, haya algunos túneles que las comunican.

Había un poema de Ramón de Campoamor (1817-1901), "Contradicciones" que luego de una anécdota pueril y fantasiosa, finaliza con un:
"¿Será una ley natural,
como afirma no sé quién,             
que por contraste fatal
lleva un mal ejemplo al bien
y un ejemplo bueno al mal?".

Esos túneles que conectan el "Bien" y el "Mal"...

Lo que pasa es que etiquetar con "Bien" o "Mal" nos remite a dos cuestiones:
-al juez: quien dictamina qué está bien y qué está mal;
-al criterio: ¿qué vamos a tener en cuenta?: ¿la generalidad? ¿el caso particular y las circunstancias? ¿la necesidad? ¿el fin? ¿las consecuencias?

Estos criterios puede hacer que cualquier hecho o afirmación caigan simultáneamente en la bolsa del Bien y en la bolsa del Mal, según qué criterio aplique el devenido en juez.

Pero el juez... ¡ah... el juez! Quién es el juez y qué lo mueve. ¿Lo mueve un afán de ecuanimidad? ¿Lo mueve un afán de justicia? Que no son la misma cosa. Y la ecuanimidad y la justicia... ¿habrá un criterio único para determinar qué lo es y qué no?

Es un círculo vicioso como muchos otros. La filosofía es un perro que se muerde la cola en estas cuestiones, sin alcanzar jamás la paz. Así que el hombre encontró una solución: apelar a la religión.

Es Dios quien determina qué es bueno y qué es malo.

Pero... ¿vieron la película "Lili"?

Lili, inocente de una inocencia imposible, cree en el mundo de los títeres como algo que ocurre en la realidad. Pero detrás..., detrás está el titiritero.

Cuando Lili despierta de su ensoñación y reconoce que hay un hombre, con sus deseos y aspiraciones de hombre tras los títeres, tiene que decidir si crece y acepta la humanidad del titiritero o rechaza y sale del juego.

La religión es lo mismo.

No nos detengamos a pensar si hay o no hay un dios, o muchos dioses, si estos/éste está vivo o no y si es eterno u origen del Bien, del Mal, de ambos. Nada de eso.

Supongamos que hay al menos un dios y como tal tiene un intermediario, el sacerdote (así no haya un tercero en la cuestión).

El sacerdote es un hombre. Y él en nombre de su dios, es el juez y determina, en su nombre también, qué está bien y qué está mal.

Seguimos en la misma. Siempre hay un hombre que aplica la etiqueta.

No importa cuánto interpongamos para garantizar que su criterio refleje más acertadamente el criterio divino, no hay garantías de las garantías.

Si alguien desea pensar que el asunto terminó cuando alguien menciona el pecado, o cuando alguien menciona una víctima, que lo piense. Pero siempre, aún indirectamente, hay uno o más que se benefician y uno o más que se perjudican, así que sea por ausencia del beneficio, como consecuencia de la mera acción.

Y si no nos basamos en los resultados, sino en una norma, ciega, al estilo de la representación de la Justicia, sepamos que no existe norma que enumere todos los casos.

El bien y el mal, no resuelve prácticamente nada. No sirve para tomar o dejar. No sirve para evaluar algo que finalizó. No sirve para pronosticar.

Un hombre mata a otro.

Mal.

Pero si la víctima estaba por matar a 100 hombres.

¡Bien!

Pero si la víctima estaba por salvar a 100 hombres.

Ah, ¡peor!

Pero si esos 100 hombres iban a matar a 1000 hombres.

Ah, bueno..., capaz que bien.

Y si de esos 100 hombres 30 iban a matar a los padres que 128 asesinos y de los otros 70 hombres, 38 iban a ser padres de filántropos, médicos, maestros, donantes de órganos y los otros 32 no iban a tener hijos pero consumirían los recursos de otros 75 que estaban destinados a beneficiar a la humanidad pero de los cuales, 27 inspirarían envidias y rencores perversos en espíritus más débiles que hasta esos ejemplos no despertarían y de todos ellos 4 por su maldad serían ejemplos a condenar y empujarían a otros espíritus débiles a facilitar la vida a otros 247 por empatía hacia sus víctimas, quienes antes...

Me perdí...

Mejor (o peor) sigo a ojo de buen cubero...


(Y no dije "maniqueísmo" en todo el post... ¡¡¡uy!!! ¡¡tenía que decirlo!! ¡¡tenía que decirlo!!)

Buenos días.



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jueves, 11 de agosto de 2011

La infantilización del trabajo 3.

En el post anterior de esta serie (La infantilización del trabajo 2) mencioné la relación que existe entre la complejidad del proceso, la disminución de la visibilidad y la inseguridad que produce.

¿Es esto determinante?

Más o menos.

Por un lado las acciones individuales pueden tener un impacto en el todo. En general en las grandes empresas, se busca especialmente mitigar ese impacto, distribuyendo las responsabilidades entre todos los nodos de un circuito, por lo que una transacción de un operador, casi nunca es determinante. Sin embargo, las empresas hacen ingentes esfuerzos en crear una conciencia exagerada acerca de la relevancia de lo que no una en particular, sino cada una de todas las transacciones puede significar. Más que nada para cubrirse de la negligencia, aumentando la presión de una forma irracional.

La creación de conciencia sobre la importancia de las acciones individuales cuando promueve una mejor concentración por disminuir errores me parece bien. En la medida que todos cuidamos de no equivocarnos, la cantidad de errores disminuye y el todo se beneficia. En todo ámbito, incluso en el personal. Pero en particular en una empresa, los errores implican costos, costos de retrabajo, costos de control, tanto en recursos materiales como humanos (hh).

El problema es que cuando el error o la posibilidad de error se apropia de la persona y lo angustia, cuando distorsiona la importancia del propio papel en el todo (tanto exagerándola como minimizándola), se puede producir este proceso de infantilización.

Favorecido por empresas, jefes medios y altos.

Esto se agrava cuando se ha perdido la visibilidad del proceso y uno no sabe qué lugar ocupa en el circuito ni cuál es la importancia e impacto de un error.

Entonces nos encontramos con personas obsesionadas con centavos, o con detalles que nadie leerá ni controlará, con listados de 500 páginas que pasarán a juntar polvo, por las dudas. Si yo no lo veo, por lo menos que lo vea otro. Aunque, infantilmente, se sepa que algo cuyo riesgo no es notificado, o algo escondido en un informe de 500 páginas, no será descubierto hasta que sea demasiado tarde, cuando ya haya producido consecuencias.

Nadie busca en un informe de 500 páginas el autor de un éxito. Dejar por escrito, pero sin advertencia, es un mecanismo para quedar exento de responsabilidad en caso de problemas. Es la forma es fabricar co-responsables cuando uno no vio la gestación de un problema o cuando no tuvo las agallas de quedar como el mensajero de malas noticias.

Nadie, tampoco, está exento de que se le pase algo por alto. Y nadie está exento tampoco de interpretar mal los datos y no ver un problema o bien verlo donde no lo hay o es poco probable.

La infantilización en este caso está en un entorno que no permite distinguir la verdadera relevancia de un posible error, ni permite favorece que se conozca el contexto como para que un profesional o idóneo evalúe correctamente cuánto tiempo y detalle debería dedicar, graduar sus prioridades y poder postergar otras tareas en caso de requerir mayor atención. Y no favorece que las personas, adultamente, acepten que pueden caer en un error o en una omisión involuntarios o por no haber manejado bien la presión, sin que esto los descalifique profesionalmente.

Digo involuntarios porque si se trata de negligencia o indolencia la situación es otra. Hablo de personas profesionales o idóneas que cumplen cabalmente con su tarea. Es aquí donde se presentan la mayoría de estos conflictos. Los otros casos caen en otra categoría, no en ésta.

Yo puse "favorecido por empresas, jefes medios y altos". ¿Por qué, las personas que están al pie de la pirámide no tienen responsabilidad?

Tanto los médicos laborales como la literatura en esa misma línea coinciden en que la persona "trae" desde la casa, una tendencia a exagerar su propia necesidad de una respuesta a estos requerimientos exagerados (más adelante buscaré algunas citas al respecto). Es en la familia en donde se gestan los comportamientos de sumisión y acatamiento más allá del límite de lo razonable y que terminan manifestándose acentuadas en el ámbito laboral, en donde dejamos la mayoría de nuestras mejores horas de vigilia.

Sin embargo, en mi experiencia he visto otra situación más. He visto, sí, gente obsesionada con su trabajo o gente cuyas expectativas de éxito laboral superan a todas las demás. Pero también he conocido mucha gente que al inicio de su relación laboral ha tenido mejor balanceadas sus prioridades. Gente incluso que sabía dedicarse a lleno en el horario laboral pero que sabía cuándo cortar y cómo y dejar en el trabajo los problemas, conflictos, expectativas y frustraciones laborales. Pero bajo los efectos de la presión continua a lo largo de años, y merced a capacitaciones, normas, mensajes tipo propaganda de identificación con la empresa, premios y castigos, han llegado a confundirse experimentando distintos conflictos, algunos de resolución drástica.

Yo creo que la literatura de formación, a veces no lo suficientemente analizada, promueve un conjunto de herramientas que fomentan un vínculo poco sano. Por un lado se habla del "balance entre la vida laboral y personal", y se implementan actividades recreativas, se pagan gimnasios, se declaran "días libres de stress", se promueven "casual days", expresiones creativas, obsequios, entre otras medidas de reconocimiento, pero esto, en lugar de liberar a la persona, lo ata más, lo hace depender aún más de la salud del vínculo con la empresa en la que trabaja y de su vínculo con sus pares. No es inocente, existe la "Gestión del compromiso" y otras "gestiones" cuyo fin no confesado o cuya principal secuela, es el avance sobre las prioridades personales.


Buenos días.
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lunes, 8 de agosto de 2011

Encantada, Felisberto.

Felisberto Hernández tiene un estilo muy particular. Parece un niño grande, un observador niño. Un observador de los hechos y un observador de sí mismo frente a los hechos, de la forma en que lo haría un niño. Las imágenes que utiliza son inesperadas, me atrapan y me arrastran a su cauce con la naturalidad con que un niño te toma de la mano y te lleva a sus juegos.

No leí mucho de él pero en lo poco que leí, sentí que siempre hablaba de las mismas cosas, como dice Fontanarrosa que dice Borges: siempre se escribe el mismo libro. Así que este post habla de lo que puedo sentir con Felisberto a través de la lectura de poco menos de media docena de cuentos.

Felisberto tiene esa condescendencia con las cosas y las personas (que él llama pereza) que les permite ser lo que vinieron a ser. Sus imágenes hablan de eso y sus cuentos hablan de ese aceptar la propuesta del destino y dejarse sumergir, sin resistirse a sus invitaciones.

No sólo sino que no juzga y si sus conjeturas acerca de lo que no conoce resultan erradas, él agrega sus conjeturas a la realidad y todo pasa a ser parte del abanico de realidad que su interioridad maneja. Iguala los hechos a la interpretación de los hechos, e iguala los hechos a sus deseos y sus simulaciones internas.

Eso hace que la realidad que relata sea para mí tan rica.

Filisberto me conduce por las sinuosidad de su imaginería con pequeños empujoncitos. Cuando mi cerebro cree seguirlo, él me da un tironcito que me obliga a virar unos grados. Frases como: "Asentí como un caballo al que le molestan los frenos", "Como un mueble sobre un piso flojo", "las palabras que se desprendían de su cuerpo", "hileras de letras", funcionan en mí como tironcitos o empujoncitos suaves pero correctivos del rumbo que llevaba. A veces traviesamente, otras con lógica infantil.

Algo que me llamó la atención tanto en "Mi primera maestra" como en "La casa inundada" es como ve la obesidad de las mujeres que refiere en esos cuentos, sus coprotagonistas. Le impacta esa obesidad, pero no desde el punto de vista estético, sino con curiosidad, o desde lo funcional, o desde el impacto que le produce en esa mujer en particular. Sin embargo, desde todas las posturas desde las que menciona o distingue esa obesidad, lo hace como una circunstancia, pero sin juicio, ni de valor, ni estético. E igualmente se anima a dejarse seducir por la mujer que porta esa anatomía.

Pero al comienzo dije que hablaba siempre de las mismas cosas. Claro, yo he leído poco de él y tal vez mis apreciaciones son demasiado anticipadas.

Lo que yo veo es que Felisberto habla de la observación, del punto de vista. Y de una forma totalmente íntima y personal. No arriesga (al menos que recuerde) sentencias ni juicios, ni afirmaciones categóricas. El suyo es un eterno relato de la observación, de la trepanación de las cosas (siempre y todas ellas animadas) y la creación de túneles de observación desde cualquier vértice a cualquier cosa que se aloje en el interior (real o imaginado).

Cualquier detalle, un atributo visible, una palabra, un hecho, una sensación, se convierte en canal para conocer algo más y derivar en un mundo de conjeturas y certezas, casi sin límite. Una forma de conocer, la capacidad de ver más allá. En "El acomodador" para mí esto es muy claro. Y en "La cada inundada" también.

Continuaré con los cuentos del libro que conseguí "Cuentos reunidos" para luego salir en busca de "Las Hortensias" y otros trabajos.


Buenos días.


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