sábado, 6 de octubre de 2012

Cambia, ¿todo cambia?

Transcribí un aviso que según Hobsbawm apareció en 1801 en un diario ruso. Tal vez no se entiende por qué lo incluí en en el blog de textos que me conmocionaron, sorprendieron, enojaron, etc. Es que me ha movido a muchas instrospecciones.

Aquí, el aviso según figura en el libro: "Se venden tres cocheros, expertos y de buena presencia, y dos muchachas, de dieciocho y quince años, ambas de buena presencia y expertas en diferentes clases de trabajo manual. La misma casa tiene en venta dos peluqueros: uno, de veintiún años, sabe leer, escribir, tocar un instrumento musical y servir como postillón; el otro es útil para arreglar el cabello a damas y caballeros y afinar pianos y órganos".

¿No se parece mucho a un aviso de trabajo o a alguna sección de un CV moderno?

Esto trasunta la idea de "valor".

No puedo menos que recordar a un ex-jefe que tuve, socio de una pyme, que había hecho un trámite especial para reemplazar su apellido paterno por el materno. 

Eso no es raro. El motivo lo es.

El apellido materno era "Díaz de Vivar" y se decía orgulloso descendiente del Cid Campeador.

Mientras una persona común medra a través de sus talentos, aún hay gente que insiste vestir las glorias de un apellido ilustre en el pasado sin aportarle nuevo brillo. Por el contrario, tratando de acreditar un valor intrínseco a partir de algo que seguramente, si lo hubo, con el transcurso de tantas generaciones está completamente perdido.

Seguramente quien puso el aviso de venta de los cocheros, jamás intentaría justificar de dónde provenía su propio "valor", se conocería por su apellido o como morador de una residencia conocida, o por ser funcionario, que además implicaba poseer tierras. No importaba si tenía o no algún talento. 

Esta familia tenía una "chapa" doradita que decía que eran descendientes del Cid Campeador.

Recuerdo mi mezcla de sensaciones ese día. Me sentí ingresando en una mezcla de museo y circo y las muestras de orgullo me parecieron absurdas aunque divertidas. Algo así como enfrente del dinosaurio vivo de Susana. El padre, quien había hecho el trámite (del cual se beneficiaban sus dos hijos) llegaba a la oficina de mañana picadito y frecuentemente se trenzaba con su socio en memorables discusiones.Yo internamente imagino que se sentiría infeliz de tener que trabajar, portando él tan noble sangre. Sabiendo cuál era el concepto que las antiguas generaciones tenían sobre el trabajo.

Los hijos de uno y otro socio también mostraban diferencias. Uno de los hijos del socio era contador público y el otro había estudiado computación en la CAECE. Los descendientes del famoso caballero, uno no tenía estudios universitarios para esa época y su hermana mayor, algo relacionado con la carrera diplomática si no recuerdo mal. 

El comportamiento de los hijos era además distinto en otros aspectos. Los hijos del socio eran trabajadores, serios, dedicados y sin ser cálidos, eran cercanos. El hijo que portaba chapa era más bien un soñador del poder de las influencias, muy afecto al despliegue de personalidad, más parecido a un vendedor o un director de marketing, algo fiestero. Se rumoreaba bastante sobre él. Ambos solían interponer una distancia en el trato.

Yo vivo cerca del monumento al Cid Campeador. Cada vez que pasó por allí pienso, si realmente Rodrigo Díaz de Vivar habrá tenido algo en común con el vernáculo Martín Miguel de Güemes y cómo se sentiría de conocer el destino de su familia. ¿Le importaría?


¿Qué habrá sido de ellos?


Buenos días.


Malva Gris.


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