lunes, 29 de octubre de 2012

El embrutecimiento.

Soy conciente de que en el post "El lenguaje (habla) como excusa"  no hice suficiente hincapié en las lógicas, el embrutecimiento y en la riqueza o pobreza del lenguaje.

Cada campo tiene sus lógicas, sus formas de ser pensadas, razonadas. No hay una única lógica pero si bien no hay una sola ni tampoco sólo dos valores de verdad (verdadero o falso) en todas ellas, sí es cierto, que una vez fijado el campo, hay una forma de pensar y razonar en ese campo y muchas variantes que no conducen a razonamientos válidos. El periodismo y la política usa muchas tergiversaciones del lenguaje para conducir a razonamientos inválidos que no son fáciles de detectar para quienes no han prestado suficiente atención al lenguaje y a estas lógicas. Un ejemplo son las deducciones (condicionales) y las generalizaciones o especializaciones (las formas coloquiales equivalentes a los "para todo", el "existe", el "al menos un" formales). Esta impericia para trasladar el lenguaje coloquial al lenguaje lógico y verificar la validez o no de una conclusión, se utiliza para manipular a la gente u "opinión pública".

El dominio de estas lógicas no necesariamente se alcanza estudiando lógica, ni tampoco estudiando el lenguaje. Sí ayudan, pero no son ni suficientes ni necesarias. Pulen, dan brillo, dan método. Pero la gente común sin tanta instrucción, que se ha ejercitado en introspección y reflexión, que ha discutido y se ha cuestionado a sí mismo o a otros, adquiere esta capacidad de arrimar a la "validez" de un razonamiento.

Por otro lado está la pobreza o riqueza del lenguaje, que no tiene nada que ver con el tipo de palabras que utilice, sino con la cantidad de expresiones que puedo construir para ilustrar una idea, un concepto y más sofisticadamente, una imagen o una metáfora.

Las siguientes líneas están escritas con el vocabulario básico de cualquier porteño. Sin embargo la cantidad de imágenes y metáforas es abundante, rica, sonora y la cantidad de sensaciones e ideas que evoca es numerosa:


Vivías lejos, nunca supe bien.
Si tenias nombre, me lo olvidé.
Son las 5 y Palermo tiene poco que contar.
"En casa hay dos vinos, si prometes que no te enamoras"
Subimos a un taxi fantasma.
Asomaba el hocico del sol.
Otra noche, otra almohada lejos del nido
y yo sin caparazón.

Siempre esta pata de palo
fue más zorra que mi corazón.
Y así quedamos, fulanos de nadie.
Y está jodido mojarle una oreja a la soledad.
Digamos poco, preciosa.
Y brindemos por lo que viene y se va.

Por ser de estreno el asunto no estuvo tan mal.
No hay besos campeones en un primer round.
Después nos dormimos.
Creo que ni te abracé.
Afuera llovía como la penúltima vez.
Junto los vidrios de un vaso mientras desayunas un papel
y planeamos un viaje a Gesell
que jamás vamos a hacer.

Siempre este parche en el ojo fue más lejos que mi corazón.
Y así quedamos, fulanos de nadie.
Y está jodido mojarle una oreja a la soledad.
No digas nada, preciosa.
Y brindemos por lo que viene y se va.

Siempre se va. Lo que nos cura se va.
Se queda un rato, nos mima, nos miente,
y después se va. Después se va.

Siempre esta pata de palo
fue más zorra que mi corazón.
Y así quedamos, fulanos de nadie.
Y está jodido mojarle una oreja a la soledad.
Llenate el vaso, preciosa y brindemos
por lo que nunca será...

Se trata de la letra de una canción de Los caballeros de la quema, "Fulanos de nadie".

Acá tenemos un vocabulario reducido, con palabras más usuales en el habla coloquial que en el culto o escrito. Sin embargo remite a situaciones muy conocidas y  habituales, imágnes, metáforas, muy abundantes que muestran una riqueza. No es una letra pobre.

Las canciones tradicionales y folklóricas tienen atributos similares, construidas sus letras con un vocabulario reducido, invocan muchas situaciones cotidianas, conocidas, compartidas, condimentadas con onomatopeyas, sonoridades y ritmos que las hacen fáciles de recordar e identificar.

Eso no es pobre, por el contrario, la multitud de elementos que confluyen lo hace rico, más rico tal vez que una larga lista de palabras exclusivas o sofisticadas que no remiten a nada.

Por último el embrutecimiento. Educar para lograr liberar las potencias creadoras, para igualar en habilidad de uso de los recursos, así sean mínimos, romper las barreras de los prejuicios, hace que el embrutecimiento quede atrás. Pero educando para esa libertad. La libertad de cuestionarse, de plantearse, de aprender, incorporar activos y también, por qué no, cambiar de forma de pensar. Esa plasticidad destruye el embrutecimiento. Naturalmente en la medida que una persona se educa, el vocabulario se amplía. Pero eso no quiere decir que una persona de otro grupo cultural reconozca esa riqueza del lenguaje: si las palabras le son ajenas posiblemente no las reconozca dentro de lo que considera rico. Si además adolece de soberbia, probablemente considere a ese lenguaje, inferior. Incluso las reglas de ese lenguaje pueden ser distintas que las de otro grupo social. La creatividad tiene poco que ver con la cantidad de vocablos.

Veamos otro ejemplo, aquí además, hay condimentos de ortografía que ilustran aún mejor la situación:


¿Po qué te pone tan brabo,
cuando te disen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?

Bembón así como ere
tiene de to;
Caridá te mantiene,
te lo da to.

Te queja todabía,
negro bembón;
sin pega y con harina,
negro bembón,
majagua de dri blanco,
negro bembón;
sapato de do tono,
negro bembón...

Bembón así como ere,
tiene de to;
Caridá te mantiene,
te lo dá to.

(Negro bembón de Nicolás Guillén)

En este ejemplo está lo que mencioné en el post "El lenguaje (habla) como excusa" acerca de cómo suena, cómo se pronuncia, cómo son las cadencias y por qué, más allá de burlas o bromas, la gente incorpora expresiones porque son bonitas. Uno hasta escucha la cadencia y los sonidos nasales de estas líneas de Guillén.

Tuve que escribir este post para responder a mis propios cuestionamientos a partir de los otros posts.

Yo estoy a favor de que la gente se eduque, que refine su espíritu, pero no que caiga en la arrogancia del refinamiento de las formas, sino en el refinamiento de la percepción, de la observación, de la abstracción, del razonamiento, del cuestionamiento. La estética puede construirse prácticamente con cualquier elemento. 

Miremos sino las estéticas de las distintas épocas y también de las llamadas tribus urbanas, e incluso de ciertas corrientes casi filosóficas: desde la estética motoquera, metalera, a la gótica, la punk, las étnicas, para mencionar las consideradas menos clásicas (no sé por qué). Cada una, más allá de que  las cultivemos o no, tienen su estética propia, sus elementos representativos, sus normas de uso, de significación. Cualquier conjunto de elementos puede construir una estética. 

El embrutecimiento no tiene que ver con eso. El embrutecimiento tiene que ver con la parálisis de pensamiento, con el alcance reducido, con el poco impulso para abordar temas desafiantes. Tampoco tiene que ver con la audacia en abordar nuevos temas, pues se puede ser muy mediocre estando informado de todas las novedades del diseño y de la ciencia, por ejemplo. Tiene que ver con el vínculo con el conocimiento y con la estética, con un vínculo con los saberes involucrados. Con la pasión más que con la figuración. Con la fe y la vivencia más que con el exhibicionismo o la arrogancia.

Sigo dudando si soy clara al diferenciar el embrutecimiento con la resistencia a la aculturación. La aculturación como renunciamiento a una estética y a una forma de vivenciar o de valorar. 

Hoy en día estamos bombardeados de estímulos que prometen mucho y llenan poco, olvidables, dejando la sensación de pérdida de algo que pudo haber sido y no fue. Estas sucesiones de promesas incumplidas previenen contra los vínculos de las personas a lo permanente. El embrutecimiento es precisamente eso, la ausencia de esos vínculos con las ideas, con la belleza, con el conocimiento, con los otros, de la ausencia de regreso a una idea o estética, a la evocación y a la resignificación.

De algún modo.

Buenas noches.





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