viernes, 25 de noviembre de 2011

Escepticismo, confianza, adultez.

Sé que me reitero pero me parece fundamental insistir en algunos puntos. Para empezar a hablar de las ideologías y las creencias, y la honestidad intelectual primero hay que hablar de la manipulación, la adultez, la sobrevaloración de la niñez e inocencia por falsa extrapolación (de lo que ya he meditado). Todo esto haciendo moño con la tendencia a no hacerse cargo apelando a la buena fe, al "creer en la gente", la confianza y un montón de argumentos entre autoengaños y excusas que es importante dejar en claro.

Ayer picoteaba un texto que ingresará a la lista de lectura, cuyo autor es el brasileño Fabio López López. El autor menciona a Rousseau y su Contrato Social y más precisamente el concepto de que el hombre "opta por ceder su libertad, para vivir en sociedad" y también cita el contraargumento de Bakunin: "Bien sabemos que ningún Estado histórico tuvo como origen algún tipo de contrato, y que todos los Estados se fundaron mediante la violencia y la conquista".

No importa de qué idea esté más cerca. Aquí se ven dos posturas opuestas, que es lo que me interesa ahora.

La teoría es muy buena, es excelente. Es lo que fundamenta y explica la realidad. Pero las especulaciones, los ejercicios intelectuales no son teoría, es algo menos.

Los modelos son muy buenos, excelentes. Pero sólo sirven simplificar la complejidad, aislar y concentrarse en ciertos aspectos  y aproximar a la realidad. Como un proceso iterativo. Y también para poner a prueba la teoría, ensayando sobre un reflejo de la realidad más manejable. Pero no debemos pensar que el modelo es la realidad. Nunca lo es porque son amputaciones de la realidad.

Y tanto la teoría como los modelos son necesarios. Sino, un exceso de pragmatismo nos podría llevar a falsas conclusiones, a creer en correlaciones aparentes, caprichosas o mágicas.

Ni sólo la definición, ni sólo la observación pura de la realidad.

Buscar el sustento de la realidad y buscar la explicación fundamentada es una decisión personal. Hay gente que prefiere pensar en mágicas explicaciones, en una inteligencia o propósitos metafísicos o en la existencia de algo absouto llamado bondad o maldad. Pensar en términos absolutos se corresponde con posturas teóricas, modelos, puntos de arranque, pero para mí la realidad nunca es así.

Pensar que una persona nunca miente, o que siempre tiene mala intención pertenece al mismo terreno. Las personas desarrollan estrategias todo el tiempo, de comunicación, para obtener beneficios, para evitar males mayores, con fines variables. Y no siempre son pensadas estas estrategias. A veces son emergentes e impensadas. Pero son.

Cuando alguien se pronuncia en un sentido, puede estar diciendo la verdad o mintiendo, autoengañándose o evadiéndose.  Pero el que lo escucha debería "poner las barbas en remojo" y entender que más allá de que uno decida creerle o desconfiar, cualquier decisión que uno tome, hay un riesgo en ello: equivocarse.

El problema está en que el error tiene mala prensa: "¿cómo te vas a equivocar?" Equivocarse está mal, porque te pone en un lugar activo con resultado de falla. Y hay un mito que muchos han creído por milenios de que la perfección existe y la infalibidad debe ser una aspiración. No hay paradigma más fuerte de la inmovilidad que esas dos ideas.

En cambio ser engañado no tiene tan mala prensa porque te coloca en una situación de indefensión, un rol pasivo, que descansa en la confianza. "¡NO! Te mintieron". "Vos no tenés la culpa de "haber creído"", de "haber descontado su buena fe", "confiar en el hombre", "haber sido inocente".

El error es atribuible a uno.  La culpa es atribuible al otro. Es cómodo, es fácil y es fundamentalmente sensiblero. Uno se conduele de la víctima de un engaño porque se remite a sentimientos infantiles de decepción más que a los sentimientos algo más adultos de enojo. La inocencia, la ingenuidad es un atributo infantil, y lo infantil, es puro y lo puro es bueno. En cambio desconfiar, precaverse, tiene que ver con la picardía, con la posibilidad de concebir lo malo, lo dañino, la conveniencia, lo inescrupuloso. No es que un adulto no se decepcione o no pueda sentirse engañado o traicionado. Pero un adulto hace algo muy distinto con eso, que andar lamentándose por los rincones.

Está bien visto que a uno no le quepa en la cabeza la mala intención porque habla de que uno mismo no la tiene. Es como un niño.

Pero ser niño está muy bien para un niño y muy mal para un adulto. Ser como un niño no es una virtud en un adulto. Pero dar por sentado que sí lo es, permite depositar la culpa en el otro en lugar de la responsabilidad en uno mismo. Y no sólo eso, sino porque las religiones también fomentan eso: "yo me encargo, yo te cuido, te protejo del mal, vos sólo tenés que ser como un niño, confiar, dejarte cuidar". Fácil para todos, para el que no quiere hacerse cargo y para el que ve en ello una oportunidad para su propia discrecionalidad.

Y ahí sí, vamos al punto.

Ni confiar ni desconfiar. Decidir y asumir el riesgo. Cuando alguien afirma algo puede decir verdad, mentira, estar en lo cierto o estar equivocado, y todas las combinaciones y graduaciones posibles de todo ello.

Pero nosotros nunca sabemos.

En definitiva puede haber evidencias, indicios, señales a las que nuestra interpretación les otorgará un valor. Arbitrario. Podemos ignorar una evidencia casi contundente o podemos tomar en cuenta una señal leve y jugarnos por ello. En definitiva nunca sabemos cuánto hay de verdad en lo que el otro dice, cuán hábil o torpe es. No es por dar por sentado la mala intención del otro, es simplemente reconocer nuestras mutuas humanidades y limitaciones.

Pensar en términos de generalidad, sobre todo acerca de la sociedad, el poder y la relación de individuo con ellos nos remite a las distintas ideologías.

En teoría son casi siempre"buenas".

Poder económico, dominio, estado, propiedad, discurso, resultados. Confrontación. Las intenciones detrás de cada político o ideólogo cuando afirma o se pronuncia, o toma decisiones y las justifica, no podemos conocerlas. Podemos creer "en función de" o "pese a" las evidencias. Podemos creer en su intención o su inocencia. Pero somos nosotros los que creemos o no, damos o quitamos un voto de confianza.

Cuando Mauri representa un papel de "sin alternativa" y deja "la culpa" del otro lado, cuando la Presi dice "no es para confrontar" y acto seguido chicanea, cuando se postergan decisiones para momentos más convenientes, cuando Lozano se explaya sobre las teorías conspirativas del poder económico, cuando el PO se compromete con una postura acerca de la situación de Medio Oriente pero se cuida de no decirlo por TV, cuando Carrió se sube al púlpito de la moral y las buenas costumbres, cuando Binner coquetea con Moyano, cuando Aníbal expele su verborragia "miente miente que algo queda", cuando Alfonsín juega de cachorrito abandonado, cuando la Bullrich toca todas las puertas y entra donde le abren, cuando Pugliese se lamenta "les hablé con el corazón y respondieron con el bolsillo" y tantas otras cosas más, cuando se hacen concesiones pero se celebra "el orden", cuando se deja hacer y luego hay que huir por la azotea, sólo estamos siendo espectadores de un sinfín de representaciones de cuya verdad nada sabemos y sólo elegimos a nuestro propio riesgo, la confianza o el escepticismo.

Tal vez mi forma de expresarme hoy es escéptica, no siempre es así. Todos (yo también) hemos sido, somos y seremos contingentes.

Buenas tardes.




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