miércoles, 3 de septiembre de 2014

Pirandello.

Desde muy chica, desde los 2 ó 3 años, sucesivos psicólogos y psiquiatras explicaron de mí, conductas inexplicables para mis padres, diciendo que yo era hipersensible. Para desarrollarme bien debía estar cuidada de maltratos o de situaciones violentas.

¡Qué error de interpretación!

Desde todos los ángulos.

Todos los niños y las niñas son hipersensibles. Todos los hombres y las mujeres deben desarrollarse cuidados de maltratos y de situaciones violentas. Mi supuesta hipersensibilidad, mi supuesta anomalía de ver el mundo y que el mundo me traspasara, ¿era acaso algo particular o simplemente una incapacidad, al ser tan pequeña, de acorazarme?

Acaso las personas, todas las personas, vos y yo, ¿no somos personas violentas? ¿No nos crece la rabia? ¿No nos desborda la impotencia? La diferencia es esa coraza que algunos construyen y otros no. Esa capacidad de protegerse o esa decisión de exponerse, o, del otro lado, esa incapacidad de cuidarse o ese egoísmo de desentenderse... como quiera plantearse.

Lo que hacemos es evitar dañar físicamente al otro, pero cualquier maltrato que se filtre de esa violencia negada, es inevitable. Todos los hombres y odas las mujeres, en algún momento, no notamos esta violencia que nos crece y nos transforma en victimarios... aún representando a veces el papel de víctimas.

Deberíamos asumir que es así y tratar de hacer lo mejor posible con nuestras relaciones, tratar de reparar los daños, aún los que nos parecen leves. Los hechos se desencadenan y a nuestro pesar mucho más que a nuestro antojo.

Así que esa explicación y ese consejo, ambos eran irracionales e inaplicables. Igual estuve expuesta a la violencia, como vos y como todos los otros que jamás leerán estas líneas.

Yo me refugié en la fantasía, mi coraza fue mi cabeza armando un escudo para mi corazón. La pintura, la naturaleza, la literatura, la música, llevaba mi corazón a emociones controladas.

Pero a esta edad es imposible no reconocerlo, no darme cuenta que la ficción, la poesía, la música, la pintura son formas de acorralar las emociones de modo de que no se desboquen, por más intensas que parezcan, por muy desatadas que se nos muestren.

La realidad sí desboca.

Todos los días el corazón se me desgrana y es que hoy me refugio menos en la literatura. Por algún lado se me fue filtrando la realidad, tal vez por la hilacha de la mentira, que de tanta literatura y tanta música podía identificar fácilmente por parecérsele tanto.

Yo sospecho que lo único verdadero de las múltiples realidades es lo que la gente no explica, lo que no justifica, lo que se abre camino y ata las vidas, como el azar o la empatía.

La gran mentira a que nos someten los políticos y los periodistas es esa conspiración de imponernos explicaciones desde su mundo de conveniencias y no-alternativas, desde sus únicas-formas-de-hacer-algo.

Yo conozco muy poco de Pirandello. Pero la presentación fue intensa y clarificadora. Un artista desde luego, poniéndome en contacto, profilácticamente, con la realidad.

La obra que vi en su momento y que fue una de las que me marcó para toda la vida fue "Es así, si a usted le parece" de Pirandello. Nunca pude dejar de referenciar muchas situaciones de la realidad a esa obra. Una obra, en apariencia naïf.

Me habían recomendado leer, casi desde entonces, desde la primera vez que la cité como explicación de la relidad, leer "Seis personajes en busca de autor". Me perdí su representación varias veces por esta vorágine de locura en que vivimos casi todos.

Pero hace algo más de un par de semanas, fuimos caminando a Parque Centenario, para aprovechar el día templado y en una librería estaba "Seis personajes en busca de autor". Era la oportunidad, porque después me atrapa la locura y ya no recuerdo de ir tras su busca, sea una librería o internet. Una edición económica que finalmente me traje conmigo como una criatura con juguete nuevo.

Pasaron unas dos semanas y sobrepasada de tareas decidí dejar todo de lado y hojear la obra. Pero empecé a leerla. Es imposible no encontrar párrafos, para mí, de esos que te apuñalan o el corazón o el cerebro.

Y luego fui mechando páginas en instantes robados a las tareas.

Y terminé esta mañana de leer "Seis personajes en busca de autor".

Y era inevitable que el desenlace no me fijara con puñales a la realidad, esa pizarra sin emociones que sólo expone los dramas de los días y de las personas.

Como siempre, apenas me conmueve algo y sin tiempo de ponerlo en palabras en mi cabeza, o sea, mientras no sea capaz de pensarlo, mi cabeza me da vueltas.

Los personajes tienen un destino y no pueden dejar de vivirlo. Todos los días su drama o su comedia, es presente.

¿Y acaso eso no es lo que nos pasa, desde los más afortunados (entre los que me incluyo) y los más desdichados que jamás terminan de levantar cabeza? Nos vamos desarrollando desparejos y cada desenlace nos fija en una escena, que es eterna. Somos un montón de posibilidades infinitas destinados a representar las mismas salidas una y otra vez, no por designio de alguna deidad, sino por esta limitación que nos impone nuestra humanidad.

Nuestra vida, es una cadena de desenlaces inevitables. Inevitables porque ya han sucedido y así se ha construido la Historia. Y estamos construyendo inevitablemente y sin conciencia, nuevos desenlaces, todo el tiempo, sin sospecharlo siquiera de la naturaleza, la importancia y el momento en que se producirán los sucesivos desenlances de nuestro destino.

Y digo sin conciencia porque por muchas intenciones que pongamos, la realidad es inmanejable.

La sociedad es el ámbito en donde ocurre la vida, aún aislados, aún en un cuarto lejos de la calle y de la gente, es en relación con el mundo en que lo pensamos. Estamos solos, o estamos alejados, o estamos encerrados o refugiados,  o por el contrario, estamos con gente, en la calle, en la oficina, en el mercado, el colectivo o el banco. Pero nuestra vida está concebida en función de la existencia de otros que nos imponen sus realidades.

La realidad no es sólo mía, tampoco es toda del otro, es lo que podemos, malamente "garronear" de ese espacio, de esa sociedad, de ese entramado de lazos, barreras, puertas y pasillos invisibles, que encontramos tanteando.

Tenemos internalizada una representación de la realidad y creemos que esa es la realidad. Hay un objeto allí, fluido o gaseoso, lábil, que es la sociedad. Se nos desdibuja o se nos presenta, tal vez como una nube, pero es parte de una representación. Son tantas las tramas que no conocemos y que jamás podremos conocer, las tramas negadas y las que se esconden adrede.

Cuando era chica me sorprendía cuán determinantes se escuchaban quienes sentenciaban desde una supuesta autoridad moral, que esto era así o asá. Me intimidaban porque en mi interior no había tal firmeza. En un punto me sentía un poco culpable de no tener esas certezas, de permitirme dudar. Me hacían sentir que dudaba por debilidad, e incluso por debilidad moral.

Más de 40 años me llevó desarrollar la dureza interior de concebir como una forma de la necedad, esa asertividad de algunos "profetas", fundamentada en una representación petrificada de la realidad con base en arenas movedizas. Digo profetas porque saben siempre qué va a pasar, aunque no ocurra y olvidan rápidamente sus profecías fallidas.

Cuando era chica, los moralistas me intimidaban, porque me hacían sentir que algo pervertido había en mí, si me permitía dudar de las malas intenciones de los despreciables, débiles y viciosos por ejemplo. No había conocido mucha gente mala. Sabía, por referencias de los moralistas, que existían, pero era una caterva con la que no tenía contacto.

Qué diferente resultó el mundo. Tal vez mi incapacidad de desarrollar una moral tan estricta, o de una autoestima que me hiciera creer una autoridad moral me fue poniendo en una actitud crítica hacia ellos.

La verdad es que sí soy juez también. Aunque no quiera. No les creo, me parece lo menos real y lo menos auténtico de la sociedad. Esos personajes que se creen más, que se creen que pueden categorizar a las personas, y otorgarles méritos para legitimar sus logros, único parámetro de la justicia y la equidad.

Sí, me pongo en juez. Me duelen esos personajes.

Condenados también a creer en su rol (todavía les otorgo el beneficio de la buena fe) y a ejecutar sus juicios (también su juicios) de meterse y dictaminar sobre los motivos y los actos de los otros.

Pero sí, yo también soy juez. Y mal que mal también me duele.

Buenos días.




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