jueves, 18 de septiembre de 2014

Salirse de la fila.

Después de Perina, en Radio El Mundo, está el programa de Ignacio Riverol. Hoy hablando de la derecha, la izquierda, el centro y los delincuentes.

Acá surgió el dogma en tres lecciones:
-Está la derecha, la izquierda, el centro por un lado y delincuentes por el otro.
-Lo importante es no salirse de la cola.
-Amigos de lo ajeno y delincuencia.

Dice que está bien ser de izquierda, de derecha o de centro. Y hace la aclaración porque según él, se ha puesto de moda demonizar a la derecha y pareciera que hay que pedir disculpas por ser de derecha. Su discurso es de derecha. Aclara, además (y en eso estoy de acuerdo), que robos y asesinatos se han cometido desde la derecha, la izquierda y también desde el centro aunque a priori pareciera impensado. Él dice que estos crímenes aparecen con la "fecha de vencimiento".

Coincido con él ahí, porque fuerzas de choque, de presión, ha habido, hay y habrá en todas las tendencias. El insurreccionalismo, el ignorar la ley e imponer una medida, una acción directa, o concretar una amenaza por interés personal, grupal o social, por sobre otras voluntades, es una práctica que ha existido desde la Antigüedad. Sólo que ha adquirido distintos nombres, se la ha negado o ensalzado con distintos argumentos y cuenta con mayores simpatías y permisos o bien, por el contrario, con distinta virulencia condenatoria, incluso hasta llegar a idéntica represalia violenta como respuesta. El insurreccionalismo como práctica del uso de la violencia existe en todas las tendencias, y es tolerada y protegida por todas las expresiones políticas. Hay un pacto de silencio y sólo cada tanto algunos caen como chivos expiatorios, cuando la sociedad, ignorante de estos acuerdos, por algún motivo pide explicaciones.

Pero para Riverol como para casi todos los periodistas y muchos políticos también, existen los casilleros más o menos estancos de la derecha, la izquierda y el centro y nada más. ¿Por qué? Porque mientras los militantes y activistas se inscriban en alguno de esos casilleros, hay una tácita aceptación de ciertas reglas producto de negociaciones y roles asignados, oficializados e impuestos. Todo está bien mientras no te salgas de la fila.

¿Qué fila?

Bueno, en la fila están todos los interesados: desde tierras, vivienda, trabajo hasta quitas impositivas, privilegios, exenciones. Permisos para no tributar. Todos esperando en la fila a que les toque el turno de ingresar al nicho de la pirámide que quede vacante según sus aspiraciones.

Mientras esto funcione así estamos todos contentos.

O no.

En realidad hay gente que olfatea que la fila es demasiado larga y demasiados pocos los nichos vacantes. Y no sólo eso, sino que hay algunos que tienen más probabilidades de entrar, por dinero, por poder, por influencias, por extorsión, y por más motivos. Pero hay cada vez más personas que están en la fila y jamás les tocará el turno de ingresar a la pirámide.

Y aun dentro de la pirámide: movilidad dentro de la pirámide, empujar para subir y que otro caiga para ocupar su lugar.

Pero eso de no esperar una eventual promoción hacia adentro o hacia arriba, eso, es inaceptable.

Mientras estemos en la derecha, la izquierda o el centro y esperemos aún a riesgo de morir haciendo cola, pertenecemos a los "decentes", a la "gente de bien". Esto está muy bien para los creyentes en otra vida, porque si te morís en la fila, en la otra vida, serás premiado. Y cuanto más sufras en ésta, más chances de obtener una mejor platea en la próxima.

Cierra perfecto.

No te salgas de la fila, porque si igual no entrás, tenés la revancha en la próxima.

Lástima que no haya pruebas de la próxima vida y las excelentes ventajas de tener una buena platea comprada con el sufrimiento de ésta. Es más, ha sido necesario inventar un montón de cuentos fantásticos, símbolos, guerras santas, inquisiciones, cruzadas para que la gente no dude de que Dios es el autor de esos cuentos, parte de su elenco, su director y promotor. Fábulas reescritas con distintos nombres.Y desde luego, castigos reales, a través de hombres y mujeres de carne y hueso, que imparten distintos castigos de orden divino o secular, a través de la ley de los estados, sucesora laica de la ley divina.

Por lo que la primera línea está entre la gente que espera paciente en la fila, la segunda línea está en los insurreccionalistas al servicio de los que distribuyen los nichos vacantes y la tercera línea en los que sin jefes, se salen de la fila y salen a tomar por asalto lo que consideran justo.

¿Cómo se hace para eliminar esa burocracia de repartidores de nichos de pirámide entre los que están en la fila?

¿Cómo se hace para desarticular los nichos, o para destruir la pirámide y liberar los recursos de vida y de dignidad para quien los requiera, sin hacer cola?

Es indispensable dejar de creer en la pirámide, dejar de creer en la espera, la supuesta negociación, el supuesto contrato social garantizado por la próxima vida, premio consuelo para los que no hallaron dignidad en ésta.

Pero salirse de la fila o estar dispuesto a cruzar la segunda línea, y desde la derecha, la izquierda o el centro pasar a la insurrección, eso es ser delincuente.

No importa que la línea haya sido creada por unos pocos millones de hombres en todo el mundo a lo largo de los siglos, a través de leyes arbitrarias.

No importa sean miles de millones los que jamás firmaron un contrato social y que se presuma de ellos que al nacer, ya habían suscrito al acuerdo de la representación.

No importa que sean cientos de millones los que son concientes de no haber firmado nada y no estar de acuerdo con el supuesto contrato que nos deja fuera de las decisiones que atañen a nuestra vida.

Lo importante es no cuestionar ese contrato social invisible, firmado con sangre, igual que los pactos con el Diablo de los que las leyendas dicen que vendieron su alma.

Yo no digo nada nuevo. Hace siglos (o tal vez milenios) que los hombres y las mujeres dicen esto mismo con distintas palabras y son acallados sistemáticamente, ESTRUCTURALMENTE (como ahora está de moda) por los estados y sus milicias civiles, los políticos y los militantes, verdaderas vírgenes vestales y oráculos, a cargo de custodiar la permanencia de los estados. Los estados, esas terribles maquinarias de decidir quién está dentro y quién afuera, quién arriba y quién abajo, quitándole los recursos de valerse por sí mismas a las personas libres y mantener la fila de espera en orden. En bendito orden. Renunciando a la dignidad, convenciéndose de que hay mayor dignidad es ser desposeído y manso que en ser rebelde e impaciente.

Es la ley la que crea delincuentes. La irrenunciable dignidad es la fuerza que encuentra en la ley una barrera. Y las milicias civiles y burocráticas hacen negocios a costa de esa irrenunciable dignidad.

Y yo digo esto desde una posición en la que perdería mucho más si cada una de las personas que esperan en la fila por entrar, salieran a procurarse de vivienda, alimentos y otros recursos. Yo tengo propiedades. Yo estoy dentro de la pirámide y no estoy abajo de todo.

¿Pero cómo se hace para que cada cuál tuviera lo que necesita, cuando todo tiene un precio? Un precio en vida, en horas, años, décadas de trabajo en el caso de nosotros (los que trabajamos). En donde el total de trabajo realizado excede por mucho el bienestar en manos de la gente porque un 80% está acumulado por el 20% como Pareto ya había observado finalizando el S. XVIII; un liberal, no un socialista, ni un anarquista.

Amigos de lo ajeno, delincuentes. Lo ajeno, aquello que no es propio. Lo propio. ¿Lo propio?

Buenos días.





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