martes, 16 de septiembre de 2014

Dormir al sol.

En cada cual la obra del autor se convierte en otra obra.

Para el comentarista que escribió en la contratapa de "Dormir al sol", ésta es una: "Brillante parábola en clave satírica sobre el amor y la identidad personal".

Sin embargo cuando yo la leí, construí otra cosa en mi interior. Yo leí un montón de parábolas sobre el autoritarismo.

Yo leí aceptación incuestionada del derecho del otro con "autoridad profesional" sobre cada cual, la indefensión ante la confianza ciega ante el saber (secreto?) del otro. Leí también la aceptación de un supuesto "mejoramiento" (de las personas) en virtud del pensamiento de un otro irrespetuoso de aquello que estamos dispuestos a tolerar por conservar lo que nos es familiar (una persona "peor" o menos equilibrada) o lo que amamos sin mucha explicación. Cómo, el criterio del otro invade y reemplaza al propio. El autoritarismo tecnócrata: del que sabe y decide por cada cual.

¿Identidad? Tal vez, pero no en el sentido en que lo plantea el comentarista que selecciona la frase: "No sé cómo ni por qué me dio por preguntarme quién estaba mirándome desde los ojos de Diana."

Tal vez mejor la construcción del otro, la otredad. ¿Quién es Diana? ¿Qué Diana ha construido Bordenave? ¿Esa Diana que ve o esa otra que adivina distinta y no reconoce?

También leí la desprotección.

Almas trasplantadas, almas humanas en cuerpos no humanos, sometidos a un disciplinamiento a través de un adiestramiento. Una metáfora de la prisión a los distintos.

Almas humanas (o contingentes, o "ni buenas ni malas") abandonadas, sin libertad, al arbitrio de otro que pretende cambiarlxs por quienes encajen mejor en el statu quo, según un criterio completamente ajeno y hermético-erudito. Una sociedad adoctrinada donde el que no está de acuerdo es reemplazado, es transformado en un otro replicante del libreto social permitido, en un reproductor de la lógica de lo que "está bien".

Leí también la mansedumbre de la confianza, la no resistencia a la arbitrariedad. Los personajes actúan como ganado, se dejan conducir, sin cuestionar ni protestar. Y esperan, sin importunar, alguna resolución favorable. Si una sensación desagradable me instaló la novela desde el inicio fue el reconocimiento de ese espíritu de ganado que muestran los personajes.

"-Descartes no se equivocó en lo principal. El alma está en el cerebro y podemos aislarla.
-¿Cómo lo sabe?
Contestó simplemente:
-Porque la hemos aislado."

Buenos días.

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