miércoles, 23 de marzo de 2011

Fabricando y transformando la información

Yo llamo "portavoces" a los nodos de todo "teléfono descompuesto" que se recrea instante a instante en cualquier parte del mundo: el periodista, el docente, la vecina, el peluquero, la gerencia media, el no-docente, el agente de policía, el oficial de justicia y todo aquel que transmite algo, como puede o como quiere, algo que dijo otro, siendo ese otro un original u otro portavoz. Incluso nosotros. Incluso los otros profesionales.

Cada situación que vivimos, cada objeto que observamos, cada noticia que nos llega puede ser un estímulo. Así, aisladamente, son simples colecciones que con el tiempo serán olvidadas, transformadas, amputadas.

Salvo que otras observaciones concurran a uno o más conceptos o ideas en común. Entonces adquieren significado. Y por más que deseemos ser objetivos no podemos dejar de mostrar la hilacha. ¿Por qué? Porque el simple hecho de elegir una forma para trasmitir esa observación le otorga significado. ¿Escrito? ¿Oral? ¿Mail? ¿Pancarta? ¿El tono de voz? ¿Papel usado? ¿Texto con diseño? ¿Con papel perfumado? ¿Dubitativamente? ¿Enfáticamente? Cada decisión (y es imposible llevar la cuenta y controlarlas todas), brinda el contexto en el que nosotros ubicamos esa observación. Ya es información. Ya la multiplicamos y la enriquecimos (o empobrecimos).

Y alguien la recibe, y la reinterpreta crea una nueva versión (porque las cosas no son iguales para todos). Las palabras y los gestos, pueden o  no ser importantes, podemos o no distinguir los matices, los colores, las pausas, los silencios, los entusiasmos. Parte del significado se pierde, parte se amplifica. Y luego, el receptor, agrega algo de sí, al usarlo o transmitirlo o simplemente al mirarlo a través del cristal de sus propias vivencias.

Y qué cuando es intencional. Y qué de lo que se tergiversa adrede, lo que se omite intencionalmente, o aquello con lo que se lo relaciona para forzar una conclusión, a la que tal vez, no se habría arribado naturalmente.

Y ahí está Internet. Con observaciones (datos) de todo tipo, con todas las intenciones posibles, las más voluntariosas y las más espúreas. Y un sinfín de sujetos que reproducen textualmente o con cambios los textos de los orígenes más variados: fidedignos, dudosos, con un ímpetu a prueba de obstáculos, imponiéndose así la peor escoria con tanta o más fuerza que la más admirable gema.

La realidad se torna aún más confusa. Todas las versiones posibles de la realidad están allí. La de la fiebre, la de la maldad, la del misticismo, la de la superficialidad, la de la erudición. ¿Y cuál de todas esas realidades es la más veraz?

Los menos versados confían en la buena fe y dan por cierto todo lo que encuentran. Los más desconfiados, simplemente ignoran lo que les llega. Los más eruditos se resisten y combaten los hallazgos con sesudos argumentos que nunca llegan a los oídos que más los necesitarían.

Lo maravilloso es que en Internet todas las realidades tienen un lugar. Es una forma de ensayar todos los mundos posibles. Y lo potente es que todos pueden tener una voz.

Lo terrible es que hay conquistados y conquistadores y repetimos la historia del intercambio injusto de oro por cuentas de vidrios de colores como con la presentación de América en la sociedad europea. Y lo peligroso es que no sólo los dioses se propagan a la velocidad de la luz por la fibra óptica, sino que también se propagan los demonios. Y los demonios siempre hicieron mejor uso del Marketing.

Por eso Susu y Daniel, a la salida del taller de lectura hace dos semanas, estaban tan en contra de Internet y Wikipedia.

Yo le decía a Susu: si la realidad es como la ve la gente y la gente construye una nueva realidad en Internet, entonces es cuestión de beber el agua de la locura.

Buenas noches.



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