lunes, 13 de septiembre de 2010

Destruir la palabra

Si hay algo que añoran nuestros abuelos o padres (según su edad) es aquello que ya en su época se había empezado a perder, aunque creo que por distintos motivos.

La palabra.

La gente se ofendía si se dudaba de ellos. Si se ponía en duda su palabra. Vivillos, pícaros, tramposos podían caer simpáticos, en películas... pero en la vida no eran tomados en serio. Sólo aquellas incautas que no habían sido entrenadas en cinturear las maniobras seductoras de estos sujetos, eran capaces de caer en sus redes y correr con ellos una suerte de desprestigio y secreta condena social.

Los padres transmitían a los hijos un código de moral, totalmente personal pero compartida con su microentorno social.

Pero luego llegó la producción en serie y con ella los procedimientos. Bienvenidos fueron mientras estos implicaban enseñar el orden correcto para armar algo complejo, optimizando costo, trabajo, esfuerzos.

Pero de a poco la gente empezó a confiar en que otro le dijera qué y cómo debía hacerlo. Esa era la forma, y si había otra no tenía la menor importancia.

Carta blanca para el definidor. Pues entonces avancemos. Digamos no sólo cómo debe trabajar, sino cómo debe comportarse, vestirse, razonar.

No, mejor que no razone, hagamos un procedimiento que reemplace el razonamiento.

Pero qué cómodo, ya no tengo que pensar ni evaluar mis acciones de acuerdo a los larguísimos y estrictísimos códigos de padres y abuelos, pesados como un ancla.

¿Yo te prometí algo? ¿Dónde está firmado?

No hay pruebas.

¿Pero cómo? ¿Y la palabra?

¿Qué palabra? Acá el procedimiento no dice, no permite, no habilita...

Pero se puede... es posible... es útil... hasta si se quiere es bueno, conveniente, y mejor que lo que está escrito.

No se puede. Si no está explícitamente permitido, entonces está prohibido. Sospechado de no respetar la norma, aunque no la contradiga, no la ponga en peligro o incluso la enaltezca y corone.

Ah.

(Entonces mejor no pienso, no razono, no decido, no elijo, no evalúo, no juzgo).

No me comprometo.

No va nada de mí. Nada lleva mi sello, ni me hace único. Nadie sabrá que esto fue posible por mí o graciás TAMBIÉN a mí. Será posible en virtud del procedmiento.

¿No hay procedimiento? ¡No hay compromiso!

¿Hay procedimiento? ¡Tampoco hay compromiso!

¿Y la ley? ¿La ley acaso no es también un procedimiento? ¿Un procedimiento para el correcto armado y funcionamiento social?

¿Por qué una norma sí y la otra no?

No, no. Acá hay un error.

Normas, sí. Abuso de normas, no. Anular el criterio, no. La ley se hace necesaria donde la gente disputa una zona gris. Sin zona gris, no hay conflicto. Si hay palabra, no hay conflicto. Si hay acuerdo, no hay conflicto. Si hay buena voluntad, no hay conflicto.

Pero no hay vuelta atrás. Como con el tema de "desandar el camino" nosotros, los de entonces ya no somos los mismos. Mucha agua ha corrido bajo el puente.

Destruir la palabra. Anular el criterio para que todos seamos iguales: potenciales pícaros.

Destruir la palabra nos iguala.


Buenas noches.

DELIMITACIÓN DE RESPONSABILIDAD: Todas las afirmaciones de este blog son libres interpretaciones mías, sujetas a posibles, abruptos y arbitrarios cambios de opinión sin aviso previo.







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