martes, 25 de octubre de 2011

Preguntontas.


Una práctica habitual dentro de la didáctica es el uso de preguntas, retóricas o interactivas aunque no todos los docentes saben o tienen presente cuál es el fin o con qué criterio deben hacerse.

Empecemos un poco esbozando una genealogía de las prácticas didácticas conocidas por todos. La preguntonta.

En una clase expositiva no hay énfasis en la construcción del conocimiento. Hay otras herramientas didácticas para la construcción de conocimientos. Las clases expositivas son de una vía y son más adecuadas para el tradicional concepto de tabula rasa, por la cual el estudiante viene vacío y es el docente quien vierte su cúmulo de conocimientos en ese receptáculo vacío.

La Didáctica ha avanzado mucho como para seguir sosteniendo esta idea. No sólo que el estudiante no es completamente permeable a lo que expone el docente sino que tampoco viene vacío. Viene con sus teorías previas del mundo (más o menos fundamentadas o coherentes), viene con una realidad social, una realidad económica y un patrimonio de conocimientos y habilidades técnicas previo que harán que piense o haga foco en el tema desde variadas perspectivas.

Personalmente trato de tener presente esto todo el tiempo pues creo que lo que estudiante trae es valioso y debe ser respetado.

Pero entonces, cómo hacemos para que complete su conocimiento con conceptos nuevos, cómo logramos que incorpore nuevos hábitos, útiles para la profesión o el oficio, cómo lograr que corrija las percepciones erróneas previas que pueda traer.

Esto se logra sólo si el estudiante experimenta un conflicto cognitivo.

Obligado a dar una respuesta, una explicación, el estudiante se enfrenta con que el bagage que trae no alcanza para resolver el problema. Recién ahí aparecerá (a veces es necesario algún otro tipo de motivación adicional) la necesidad de corregir o completar el conocimiento-herramienta para resolver el problema.

Y ahí recién voy al punto.

¿Cómo hacemos para que la tan práctica herramienta de la clase expositiva se acople al maletín del  docente devenido (a la fuerza muchas veces) constructivista?

El primer recurso es lo que yo llamo la “pregunta televisiva”:

¿Qué gusto tiene la sal?

El auditorio que ha sido formado en forma conductista y que portan el estigma del estímulo-reacción hecho carne, sabe qué se espera de ellos y contestará “salaaaaado”.

En clase, la pregunta anterior sólo podría hacerse a modo de broma o evocación. Pero hay preguntas comparables. Las preguntas obvias, las preguntas demasiado simples, las verdades de perogrullo. Generalmente se trata de “preguntas retóricas”, útiles para hilar la exposición y eficaces para quebrar la monotonía si están bien hechas y no se abusa de ellas.

Pero ante una pregunta de este tipo seguido de una pausa prolongada o bien con la explícita insistencia del docente, si no hay estudiantes del tipo aquel primer tipo “público televisivo” habrá un segundo tipo que no se sentirá motivado a participar y preferirá quedar en la masa anónima del expectador pasivo o bien un tercer tipo (cada vez mayor y exponencialmente creciente en la medida que aumenta el nivel educativo formal) experimentarán según su personalidad: fastidio, sensación de pérdida de tiempo, indignación por sentir que se insulta a su inteligencia, soberbia ante la corroboración de la vieja conseja “cómo curra” el docente, o cuán desactualizado está o cuán ignorante está acerca de la madurez intelectual de su auditorio.

Hoy un docente, en sala de profesores (nivel universitario), contaba que un solo alumno supo responder que la harina se extrae del trigo (en su versión más simple, claro).

Yo atiendo estudiantes universitarios, recién ingresados en algunos años y promediando o finalizando la carrera en otros. Y la verdad es que pensar eso de los estudiantes es subestimarlos. No son menos responsables ni menos sesudos que nosotros, sus docentes, con nuestra tablita de los mandamientos del buen ingeniero.

La verdad es que, en confianza, los estudiantes manifiestan estos pensamientos del tercer grupo. Se fastidian, se sienten insultados en su inteligencia o, aquellos menos cuestionadores, piensan que había una trampa detrás de una pregunta tan simple, o que se trataba de una pregunta retórica o que les estaban preguntando algo más complejo que por su desconocimiento interpretaron como una pregunta simple.

Todos esos casos conducen al silencio.

Desde luego que el docente estaba convencido del bajo nivel de sus estudiantes. He escuchado conceptos muy descalificadores de algunos docentes acerca de la capacidad y conocimiento de sus estudiantes.
Estoy convencida de que una parte es un problema generacional. Valores distintos, enfoques distintos, criterios de importancia distintos. Y por el otro, una injustificada soberbia que sólo se explica por la negación de ver a las personas que tienen enfrente tal cual son.

No es fácil romper con la tradición de la pregunta tonta como conductora del razonamiento. Ninguno de nosotros está inmune. Pero es necesario erradicarla. Es una cuestión de respeto.

Buenas noches.


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