miércoles, 5 de octubre de 2011

El paradigma dominante.

Cuando Bourdieu habla del capital intelectual muestra dos estamentos: los que monopolizan el prestigio, el veredicto, la norma y los que aspiran a ello. O sea la oficialidad y la oposición. Los veteranos y los novatos.

Los primeros son los repositorios del acervo cultivado por generaciones hasta las innovaciones aportadas por ellos y aceptados por los restantes miembros de esa clase que les reconocen su posición. Los segundos vienen a subvertir lo previo para ser honrados con el reconocimiento original, de ser los primeros, los vanguardistas, los originales.

Pero este modelo se repite en todos los ámbitos. Digamos que en educación hubo y hay una oficialidad que se yerguen como adalides del paradigma corriente y hay una oposición, un segmento heterogéneo de ideas contestatarias, cuestionadoras, que representan uno o más paradigmas alternativos al estatuido.

Un paradigma se instala cuando logra responder las preguntas sin respuesta del paradigma anterior y además responde las que ya lo estaban, aunque bajo diferente luz.

En Economía, el paradigma dominante, el actual, el indiscutible, es el capitalismo. Nuestra forma de pensar lo es. Cuando repetimos las afirmaciones sobre el dólar, la inflación, los precios relativos, la balanza comercial, el sistema previsional, las reservas, las inversiones, el ahorro, la bolsa, los préstamos, los salvatajes, expresamos variantes en las que nos entretenemos pero sin salirnos del escenario. ¡El derrame! ¡Las externalidades positivas, negativas, los bienes públicos!

Pero hay otros escenarios con otros vocabularios y otras relaciones.

Desconocidos.

En donde las cosas se explican por otros motivos, aunque tomen prestado el vocabulario del paradigma vigente (para poder tener un marco de referencia). Las definiciones, el rastrear de qué manera se expresan las mismas cosas a lo largo de los siglos, nos muestra hasta dónde un paradigma domina nuestra forma de pensar. Lo estructura. Le da sentido. Lo conforma.

Así, después de algunos años de proselitismo, nos sorprendemos repitiendo que la oferta, que la demanda, que las barreras de entrada, que el ahorro, que la inversión, que el riesgo país, que el riesgo sistémico, que las primas, que la balanza comercial, que la apreciación de la moneda.

O que el mercado de bienes y servicios.

O que el mercado de trabajo. (Ay, dedo en la llaga).

No tenemos forma de pensar hoy la actividad humana si no es en términos de trabajo. Si tomo clases por hobby, alguien me las imparte como un trabajo. Si presto mi colaboración en una obra solidaria, hago trabajo voluntario. Si no tengo un trabajo, nadie asume que tengo derecho a comer, vestirme y guarecerme bajo un techo al abrigo. Sin trabajo no tengo dignidad porque el trabajo dignifica. Si no trabajo soy una vaga, el ocio madre de los vicios y la pereza mala compañía. Si tengo un buen salario, tengo derecho a una cirugía estética, a un auto lujoso, a una cartera exclusiva o una joya costosísima, porque me lo merezco, por mi sacrificio, por mi aporte a la sociedad. Yo, me merezco lo que obtengo. Y otro que no trabaja ni la mitad, no lo merece.

El que más activos personales tiene, prospera, se convierte en el más fuerte y es esa fuerza la que en virtud de una visión darwinista de la sociedad, explica, naturalmente, la nueva selección natural: naturalmente prosperan los que detentan el conocimiento, la inteligencia emocional, la educación sofisticada de los elegidos. Los que nos merecemos la comodidad y el lujo por nuestro esfuerzo, nuestra dedicación, nuestros valores.

Porque nuestra forma de pensar es la del paradigma dominante, mis introspecciones versan acerca de eso desconocido que está fuera del paradigma, contemporáneamente o extemporáneamente. En el pasado, en el presente o en el futuro. Aquello que es impensable, ofensivo o novedoso porque desafía nuestra estructura de pensamiento.

Todos los paradigmas tienen lagunas. También éste. ¿Dónde están esas lagunas? No sé. Las busco, veo lo síntomas, pero no puedo hacer un diagnóstico. Si hay un paradigma mejor formándose, desconozco. Y que da pavura pensar en otra forma de concebir el mundo. ¡Indudable!

¿Yo me iba a cuestionar algo de todo esto 10 ó 20 años atrás, cualquier aspecto, cuando fui educada para explicar mi vida con esta lógica?


Buenos días.



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