miércoles, 26 de octubre de 2011

El primer error.

A veces simplificamos la realidad con un pensamiento algo maniqueo y una cadena de decisiones. No voy a negar la realidad de las decisiones. Considerar una alternativa, privilegiar un beneficio, son decisiones. Incluso el no accionar es una decisión. Decidir la inmovilidad, decidir dejarse paralizar por el miedo, decidir no poder enfrentar el miedo. Son decisiones también. Lo que varía es nuestro dominio del contexto, nuestro conocimiento de los factores que afectan y de las posibles consecuencias.

Un error es una decisión que no tuvo las mejores consecuencias a corto, mediano y largo plazo.

Recuerdo varias historias y películas. La primera es la película "El efecto mariposa". El protagonista, ante un hecho desgraciado y teniendo la posibilidad de cambiar algo en el pasado, ensaya distintas alternativas. Cada alternativa tiene una consecuencia desgraciada, que desea también evitar. Cuando no afecta a uno, afecta al otro. Cada ensayo implica un nuevo error a largo plazo. En la película no parece haber escapatoria.

(En la vida no sé. Realmente no sé si los resultados desastrosos y formidables, lo son permanentemente y quedan así en nuestras creencias, inalterable, como una gesta.)

La otra es la historia de "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién lo sabe!". Dejando las moralejas de lado algo que hoy nos parece un triunfo mañana puede presentarse como una cadena que te ata.

Hasta aquí no es difícil determinar, con suficiente análisis, un antes y un después de una decisión y relacionar una consecuencia con ella. ¿Pero cuando la decisión está repartida en el tiempo? Por ejemplo, una creencia, un temor. Algo que empieza en forma dudosa, indetectable y crece y se apodera de uno con el tiempo.

Pero por otro lado, hoy en la radio Zlotogwiazda le hizo un reportaje a Adrián Paenza. Personaje de renombre, reconocido por el ámbito científico, de influencia internacional. No digo indiscutible porque nadie lo es, pero se trata de alguien que tiene en su haber más de un logro del que enorgullecerse.

El reportaje era el anuncio de la presentación de su último libro en el Maipo con Ginobili. Luego de un breve diálogo, le pregunta: "un deportista reconocido, de los mejores, ¿tiene que ser necesariamente inteligente?" Creo que es fácil imaginar a qué apuntaba la pregunta. La respuesta inmediata es hablar de las múltiples inteligencias y todo ese chamuyo tan new age que deja contento hasta al menos beneficiado por el Gran Dios Cognitivo.

Paenza dijo algo así como: "no puedo responder porque no se puede definir qué es la inteligencia. Yo he hecho seminarios y estoy al tanto del tema y no hay consenso." Atados como estamos al concepto de inteligencia y al valor que le atribuimos como parámetro de clasificación de la gente y sus actos, casi todo el equipo se pronunció durante o después, sobre algún lugar común respecto del tema.

La otra cuestión que pensé que venía detrás de esa pregunta era contrastar a continuación la esperada afirmación "sí, hay que ser inteligente" (en algún tipo de inteligencia) con los actos y opiniones de algunos deportistas famosos. Un extrapolación incorrecta, falaz y sesgada. Que nunca ocurrió. Un prejuicio mío.

Pero Paenza dijo, "no podemos hablar de inteligencia porque no hay consenso". Él, que ingresó a la facultad a los 14 años y es doctor de Matemáticas. No es moco'e pavo.

Años atrás yo medía más que bien en los "tests de inteligencia" y si bien me han sobrado evidencias para entender que ese numerito no me ha garantizado nada, y que mis logros no han tenido mucho que ver con él, creer que tenía un cheque en blanco para cuando lo necesitara pudo haber sido un error. Si existiera tal cosa llamada inteligencia, ésta es una herramienta, no un cheque en blanco, no un cheque en garantía. Cualquier cosa que sea, hay que usarla, ponerla en práctica, ejercitarla y no dejar de hacer uso de ella. Yo ejercité mi capacidad de análisis pero no hice muchos otros usos de ella.

Elegir cómo usar la inteligencia (o lo que sea que nos hace eficaces en alguna cosa de la vida real), es una decisión. Tal vez la más difícil de tomar y la más difícil de distinguir. Porque es paulatina, es recurrente, se reafirma cada vez que hacemos ejercicio de ella.
La gran trampa son esas pequeñas elecciones imperceptibles, porque no podemos identificar un antes y un después, a veces porque gotean por décadas inadvertidamente torciendo el rumbo y acotando a largo plazo nuestra paleta de opciones.

Por eso, cuidado con esas decisiones que aparecen de forma imperceptible y te alteran la percepción de la realidad. Y sobre todo pensemos, ¿para qué usamos nuestra inteligencia? Y sobre todo, ¿para qué NO la usamos?

Buenas noches.


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