martes, 18 de septiembre de 2012

El mundo.

No es un planteo cuántico pero, ¡cuántos mundos coexisten!. El mundo que nos cuentan los periodistas, el mundo que heredamos de abuelos, padres y maestros, compuesto por unas pocas relaciones e ignorantes de muchas más, el mundo que nos hacen creer los políticos, haciendo foco sobre ese producto real o imaginado que promocionan como ventaja competitiva: el ser nacional, la cultura del trabajo, el respeto a la propiedad, la igualdad de oportunidades, los valores, la cultura, la redistribución de la riqueza. Y los últimos: la democracia directa y el conocimiento libre.

Me interesa muchísimo conocer qué es lo que atrae a la gente. Porque allí está lo que han diseñado para nosotros, para comprar nuestra libertad a bajo costo, para lucrar con nuestras ilusiones y expectativas. Y con el bonus track consistente en que con nuestro trabajo, además, pagamos la moneda para comprarlo. ¡Fantástico! ¡Qué negocio! ¡Lástima que ya está patentado!

No nos engañemos, siempre se trata del poder. De demostrar la fuerza cuando se es fuerte, de balancear fuerzas cuando se es débil, de acumular voluntades, de contar con la pasión o con el revanchismo, y con esa moneda de cambio, hacerse de la gran masa monetaria "en metálico" de los impuestos y otras yerbas, desde las más blanqueadas hasta las más turbias ("impuesto o prima de corrupción", por ej.) para su propio beneficio.

Pero el sistema ha sido muy hábil y ha avanzado en montones de cuestiones que eran baches en el pasado.

¿Hay hambre? Sí, todavía hay. Pero hay mucho menos. Por un lado porque si no hay consumo, no hay sistema. Y por el otro, porque el mismo sistema de la mano de las religiones, vía la culpa o la compra del pasaje al Paraíso ha inventado la Caridad. Ese poderoso instrumento de opresión, generador de dependencia y aniquilador de la dignidad. Esa caricia que te baja la cabeza y te somete de por vida. La Caridad y sus limosnas, sus colectas, sus comedores, sus cajas, sus FESTIVALES, el show de la miseria que nos hace tan indignadamente felices, en donde no es el derecho natural sino la portación de la etiqueta de pobre (léase: "inútil de valerse por sí mismo") que te hace acreedor de un supuesto beneficio.

Comprendo que el mundo está armado así. Yo también hago donaciones. De alguna manera, los que por inercia o por distracción convalidamos este modelo de mundo día a día, debemos paliar sus consecuencias. A veces por genuino dolor e impotencia, otras por conmiseración, otras por eludir el búmeran.

Para corregir esto hay que desarmar el mundo y dejar que se arme desde el respeto y el sentido común perdido, espontáneamente, para que eso cambie. Y para eso hay que recuperar ese sentido común tan poco común hoy en día.

Mientras tanto la gente confía en una segunda vida sin privaciones donde un amor incondicional le garantiza la eternidad y el bienestar para sobrellevar ésta, injustamente vedada. Y lo hace con dos potentes amenazas incomprobables y por esa imposibilidad con el imbatible poder de la duda: la eternidad (el mito del "sin fin") y el alma (ese tesoro capaz de sufrir o ser feliz sin pausa ni descanso). Ambos atributos de la segunda vida.

¿Y si no hubiera una segunda vida?

¿Cuánta gente vería de frente sus urgencias? ¿Cuántos quedarían de brazos cruzados? ¿Cuánta gente se quedaría esperando a que la buena voluntad le otorgue el beneficio de una comida más, una noche más bajo techo, un nuevo vaso de agua potable? Sabiendo que ésta es un única y última oportunidad.

El mundo que yo veo, está armado de postergaciones, postergaciones mentirosas, arbitrarias, basadas en la mentira, en falsas promesas. ¿Por qué será que ningún político ni periodista habla de este mundo de frente manteca?



Buenos días.





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