lunes, 24 de septiembre de 2012

Cambia, todo cambia.

En vistas de lo que yo he cambiado, no me queda más que creer que quien no cambia (siempre hablando de personas sin afecciones de salud que se lo impidan) es porque tiene mucho miedo a lo que encontrará o lo que ocurrirá consigo misma si lo hace.

El cambio es sin duda alguna para aventureros.

Porque es verdad, uno no sabe qué pasará con uno mismo cuando cambie. Hay cambios que ponen de cabeza toda tu historia.

Eso es lo que hace que las personas teman de las compañías que puedan influir, teman de concurrir a ciertos sitios en donde una tendencia o ideología extraña se impone en la mayoría, y terminen escudándose en el "más vale malo conocido que bueno por conocer".

El cambio, sin embargo, igual se produce.

Si no estudiáramos, si no abriéramos jamás un libro, si no experimentáramos con juegos o experimentos y no emprendiéramos ninguna nueva actividad por iniciativa propia, y nuestro entorno jamás tuviera un solo cambio que nos obligara a adaptarnos, aún así, cambiaríamos.

En primer lugar están los intereses. El cuerpo cambia y con él nuestros intereses. Cuando somos niños, descubrimos nuestro cuerpo, el cuerpo del otro, los límites de ambos, las distancias. Y todo gira en torno a eso. Una vez que hemos aprendido todo lo que podíamos con la actividad principal a esa edad que es el juego, empezamos a mirar afuera, ya agotamos el conocimiento del cuerpo con las herramientas que teníamos.

Afuera están los animales, las plantas, los alimentos, las nubes, el sol, la luna, las estrellas. Y observamos día a día, y jugamos, e imaginamos y todo eso nos lleva a nuevos aprendizajes. ¿Somos iguales? No, antes éramos niños solos en el universo y ahora descubrimos que estamos acompañados y que las relaciones con todos esos extraños no es siempre igual ni siempre llevamos las de ganar. Debemos cambiar, adaptarnos a esas noticias.

Luego el cuerpo comienza a madurar y se desarrollan los cambios que tienen que ver con los órganos reproductores. Nuestro cuerpo experimenta cambios. Cambios terribles, el espacio que veníamos dominando con pericia de golpe se hace chico, cerca. Los olores se hacen más fuertes, nuestras preferencias ya tienen otras intenciones. Aparece dominando el placer con toda su furia y nuevamente cambiamos. Nuestras relaciones cambian, nuestras preferencias. Cambiamos los criterios con los que nos relacionamos. Empezamos a seleccionar: aceptar, rechazar, buscar. Nuevos cambios muy fuertes.

Finalmente las hormonas comienzan a estabilizarse un poco nomás y ahí estamos en condiciones de pensar en una forma de vida un poco más calmada sin tantos cambios. Empezamos a abocarnos a organizar una vida, aunque sea por poco tiempo, a procurarnos un sustento, a experimentar qué deseamos hacer para sustentarnos, que no esté tan lejos del placer y que nos dé suficiente margen como para no pasar necesidades. Algunos lo logramos, otros no pueden llegar ni a planteárselo por distintas cuestiones.

Hemos vuelto a cambiar, aunque no notemos las diferencias. Aparecen las elecciones de compromiso, lo que nos conviene, lo que preferiríamos evitar, las ideas de otros, las afinidades más permanentes, el elegir cómo utilizar el tiempo libre. Nuestras elecciones en base al tipo de vida al que aspiramos, las relaciones de acuerdo a las preferencias que elegimos. Todo en base a elecciones, en el campo de lo posible, pero siempre eligiendo. Nuevos cambios. Nuestras elecciones ya quedan totalmente dentro del campo de nuestros intereses y de nuestras decisiones. Muchos niegan esta etapa, pero aún negada está llena de elecciones.

Nuestros trabajos, nuestros nuevos amigos, nuestras pérdidas de seres queridos, nuestros rivales, nos vuelven a moldear. De a poco nos vamos asentando en un perfil. En parte, juguetes de las experiencias pero en su mayor parte producto de nuestras elecciones. Elecciones que siempre significaron perder algo para ganar otra cosa. Elegir qué aceptamos perder, sacrificar para obtener aquello otro que deseábamos, nos va cambiando.

Llegamos a la adultez y empezamos a mirar retrospectivamente qué logramos, qué perdimos, dónde quedaron nuestros sueños, nuestros ideales si los teníamos o en qué nos convertimos. Pero nuestra mirada ya no es más la de la niñez o la adolescencia. Cambiamos. Así que miramos de nuevo a los adolescentes y a los jóvenes, que tienen algo en común con nosotros cuando teníamos esas edades pero que también nos desorientan porque además son un poco distintos. Y eso distinto puede tener que ver con lo que elegimos rechazar, o lo que sacrificamos... o lo que no existía... y algo tenemos que hacer con eso. ¿Nos planteamos una corrección en nuestros cambios? ¿Decidimos resistir y defender nuestra postura, nuestras elecciones, equivocadas o no, que  nos alejaron de nuestros ideales o no, y lo negamos y condenamos?

Estas decisiones también nos cambian. Y cada cambio implica un aprendizaje. Por lo menos, ese proceso de evaluación o de negación, las actitudes de enfrentar o evadir, también esos son aprendizajes que decidimos reforzar o revertir. Y cada vez que reforzamos en general (no siempre) nos sentimos más seguros. Pero aceptar confrontarnos con nuestras elecciones pasadas, las que nos condujeron a este punto o encrucijada, eso, eso no produce seguridad. Tomar ese camino puede significar echar por tierra años de elecciones.

Enfrentarse con esa posibilidad es duro. Pero hay quienes eligen ese camino porque prefieren que, lo que les quede de vida, que es siempre incierto, tengan esa pincelada de aventura, de felicidad, de renovación de quien estrena ideas nuevas, con todos los nuevos caminos que se inauguran detrás de eso.

¿Es posible?

Sí, es posible a cualquier edad. Sino, si el proceso fuera el mismo para toda la gente, toda la gente de una generación sería muy parecida y no habría gente que en algún momento se desvió y tomó el camino del pasado, o alguna variante del progresismo, del futuro.

Y sí, es cierto, los miembros de una generación se parecen pero todas las generaciones, absolutamente todas, tienen algún aventurero, que a veces nos sirven de faro, para entender que el cambio sí es posible.

Cada decisión que tomamos, incluso el no cambiar por por conservar un punto de vista antiguo, (conservar una vieja creencia pese a la evidencia, eso es un cambio respecto a lo que mi ser puede ver en ese momento, decidir negarse es también un cambio, un cambio frente a lo posible e inmediato) es algo que nos cuesta la vida, todo nuestro futuro queda acotado en cada decisión.

Pero por suerte, con más o menos temor, con más o menos dolor, es posible.

Buenos días.




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