viernes, 10 de octubre de 2014

Intelectualicemos, don Inodoro.

El entendimiento es algo que nos parece mágico cuando ocurre. Y ese instante en que unx entiende, es un instante por ende, mágico. Nos llena de sorpresa, de alegría y en algunos casos de alivio. Es agradable,  PLACENTERO.  A veces esos instantes son casi imperceptibles, pero suman a la alegría general, unx siente que avanza, de alguna manera.

El aprendizaje sin duda es muy importante, nos cambia la forma de ver las cosas de nuestras realidades, nos pone de observadores en OTRO lugar. Ese cambio de lugar está seguido desde uno o muchos instantes de entendimiento, a veces minúsculos. El aprendizaje, el dominio de algo, el conocerle los secretos, el poder explicarlo a otros, el convertirnos en "transmisores" de ese conocimiento, es algo que nos enorgullece en cierto sentido, nos da alegría y placer también.

Es placentero aprender (no meramente repetir), empezar a ver las cosas de otro modo, con menos misterios y más lógica, nos resulta placentero poder explicarlo, o aún si no podemos, descubrir que comprendemos por qué ocurre eso que vemos.

Hay un placer implícito en el aprendizaje, en el instante de entender, en el proceso de comprender.

Y yo llamo a todos esos procesos, tanto al hecho autotransformador como el de las dos partes de una discusión (el que argumenta y el que entiende), la intelectualización.

Yo creo que "intelectual" no es una cualidad de algunas personas creo que es una situación. Una persona en el momento de intelectualizar, es un intelectual. Lo que experimenta, el placer que experimenta es el del intelectual. Que eso que intelectualizamos no sirva para nada, o esté plagado de falacias, no cambia en nada. Y que haya personas adictas a este placer no lo hace intelectual el 100% del tiempo. Todos también sentimos placer con actividades aparentemente irracionales y buscamos repetirlas, como comer, jugar, bromear, ser superficiales, etc.

Pero creo que esta tendencia maniqueísta a separar el mundo en dos hace que excluyamos a gran parte de la gente de esta categoría de intelectuales injustamente, si lo vemos (como socialmente se ve) como algo bueno.

Como los otros placeres, deviene algún tipo de utilidad de esa inteletualización, pero no siempre, ni tampoco todo.

No hay que pensar que el resultado de la intelectualización es siempre útil. No es siempre "ciencia y progreso"... si creyéramos que ciencia y progreso son siempre buenos. Los otros placeres: la comida, el arte, la contemplación, el ejercicio, el sexo, el ocio en general, algunas actividades que podrían verse como trabajo pero que dan la sensación de utilidad, tampoco consideraría que son siempre útiles. Comemos por demás, nos ejercitamos en exceso, trabajamos hasta el sinsentido y podrán tener algún tipo de utilidad pero sólo una parte.

La intelectualización tampoco.

En cuestiones prácticas, resolutivas, cotidianas, el exceso es un estorbo. Los análisis tienen que ser eficientes, insumir poco tiempo y ser eficaces, todo lo que sobre irrita, demora, entorpece.

La intelectualización de los problemas sociales, están muy bien como ejercicios colectivos de placer pero cuando excluyen a otros interesados, como víctimas, sujetos de una situación, participantes de un conflicto, el nivel de intelectualización puede ser en sí mismo una agresión.

Como la gula frente a un hambriento.

Como el ejercicio frente a alguien con discapacidades físicas.

Esa muestra de poseer algo en demasía que el otro no tiene y necesita o sólo desea es una forma de maltrato, es una agresión.

Si lo que queremos es transmitir un conocimiento para que sea útil, tenemos que ser claros y accesibles. Explicarnos con palabras difíciles, con abstracciones innecesarias, es una agresión hacia los que no dominan esos conocimientos. La necesidad de ese conocimiento, negado por el ornato de expresiones rococó o herméticas, se convierte en rechazo e incluso en resentimiento. El placer negado. El mostrar y no convidar.

Si lo que queremos es meramente un ejercicio del placer, nos juntamos con otros que sepan jugar el juego y jugamos.

Me parece fundamental aclarar para mí misma esto. Porque yo misma a veces, en mi afán de comunicar algo que está en mi alegría, me salto meses de descubrimientos tal vez y termino negando ese placer que quiero compartir.

Y lo sé porque me ha pasado también desde el otro lado. Cuando a mí, que me interesan las cuestiones sociales, me toca escuchar a intelectuales comunicando conceptos difíciles y lo hacen a través de abstracciones aún más elevadas que lo que quieren comunicar, me siento excluida y me enoja.

Si tengo que aprender la suma, no pueden venir a hablarme de conjuntos numéricos y las operaciones cerradas. Eso viene después. Eso es mostrarme un manjar que yo no me puedo comer y cuyo sabor ni siquiera sospecho.

Cuando los intelectuales confunden su trabajo de explicar los fenómenos cotidianos de la sociedad, cuando juegan al placer intelectual y ponen bajo la lupa a los pobres, a los marginados, a los enfermos, y ese conocimiento lo obtienen mediante la observación compulsiva, sin permiso para su propio placer o provecho, reduciendo la utilidad de su ejercicio intelectual, están agrediendo. Hacen uso de los dolores y males sociales para un conocimiento de élite que no mejora en nada la vida de las personas que observan. Son intrusos en el mero placer de pretender entender aquello que somete al dolor a generaciones, en el mero placer de competir en ese conocimiento. Y la vida de esas personas no cambia. O sí, pero para peor.

Para peor porque ese conocimiento es usado por quienes tienen el dinero para comprarlo. Y aumenta el placer. Porque acompaña el placer del reconocimiento, ese conocimiento, producto de mi placer de observar infelices lidiando con una vida que yo, intelectual, contribuyo a conformar.

Porque la filosofía, la sociología, la antropología y otras ciencias, especializadas en mirar de cerca a las personas (juntitas o de a una), produce conocimiento que luego utilizará la economía, las finanzas, la política, el marketing, la publicidad. Se usará para la manipulación y el engaño, para la explotación y la exclusión. Para la selección y la estigmatización. Para la elección de perdedores y ganadores, incluso para la persecución de aquellos que revelen estos mecanismos.

Hoy en día no se cuestiona el derecho de los "intelectuales" (en ejercicio del placer intelectual) de observar compulsivamente el dolor, la infelicidad y la miseria de las personas, sin permiso, sin forma de saber en qué resultará en ese futuro y de qué forma se podrá incluso volverse en contra de esos mismos observados. Convertidos en animales de laboratorio, objetos de experimentación. Excluidos además de ese placer intelectual que produce adicción a punto de vender su supuesta utilidad para poder seguir intelectualizando.

Intelectuales adictos, compulsivos que necesitan dinero para seguir intelectualizando. Y venden su conocimiento (real o especulado) sobre la miseria a los mejores postores.

Y empresas, ONGs y estados, haciendo uso y lucrando con ellas.


Buenos días.


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