jueves, 4 de abril de 2013

Tristes guerras.

Tristes guerras
si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.


Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes, tristes.


Tristes hombres

si no mueren de amores.

Tristes, tristes.

De Cancionero y romancero de ausencias
Miguel Hernández

Ayer estaba en la cola de la cafetería en donde sostuve una conversación incidental: las demoras antes de salir a la mañana. Cuanto más temprano me levanto, más tarde llego.  En realidad fue ella quien dijo algo en ese sentido y yo concidí y di mi proio ejemplo. Pero ella había iniciado la conversación con la intención de desahogarse. Porque ella había llegado tarde porque apenas se levantó se conectó a Facebook para responder a una conocida, que decía que no estamos o estábamos preparados para una guerra (con Inglaterra). Ella echaba humo, belicosa, porque ella consideraba que la guerra la habíamos perdido por traición: traición de los países "hermanos", tración de los funcionarios porque habían comprado armamento fallado (¿cómo se explica -decía- que el misil haya penetrado en la nave enemiga y no haya explotado?), traición de los militares hacia los pibes (el matrato) y también, CLARO, por mandar pibes contra profesionales.

¿Cómo podemos seguir repitiendo los mismos remanidos argumentos, incidentales? Que no explican el origen, la causa y la finalidad de cualquier guerra. ¿Cómo, después de 20 años de Internet, de la explosión de la información y los puntos de vista (equivocados o no, no interesa), de la difusión masiva de las posturas revisionistas, después de la extensa moda "de revisión de archivo", de escraches, cómo puede ser, que no revisemos esos argumentos del tiempo de cuando se memorizaba el manual Kapelusz y decíamos en el acto escolar, emocionados hasta el llanto: "Tome, mi general, esta cadenita de oro. Es lo único que tengo, se lo doy para ayudar a la patria." o "No importa, mi capitán, muero contento. Hemos batido al enemigo."

Siguió en esa línea hasta que con la mirada buscaba mis palabras en el mismo tenor. Yo no sabía cómo disentir sin atizar su fervor patrioteril. Yo me sentí presionada a opinar y dije algo así como "la guerra es un horror". Ya ni recuerdo. Lo que sí recuerdo es que a ella no le gustó y contraatacó: "Si se meten en tu casa, ¿no los vas a echar? ¡¡SSS!!". (SSS = soplido indignado).

Antes que nada quiero aclarar que mis altos ideales patrióticos murieron con los pibes en Malvinas. Mis ideales hoy son mucho más prosaicos: no más que el bienestar del día a día de la gente común y eso solo ya me llena de dolor y pesar. No podría cargar con toda una patria en la espalda.

Yo lamento mucho estas situaciones como la de la mujer de la cola. Porque no es lo mismo. Mi casa es el lugar donde vivo, duermo, reflexiono, comparto las comidas con quienes amo. Y tampoco atacaría a nadie con un misil por esa causa. Malvinas no es mi casa. La Puna no es mi casa. La Patagonia no es mi casa. Yo no tengo ningún mérito en la belleza de la Quebrada de Humahuaca, ni de los lagos o glaciares del Sur. Esas bellezas están por sí mismas. Quienes nacen y crecen allí, son parte de ellas y viceversa. Yo respeto eso de la Naturaleza. Y me maravilla, me exalta. Podría decir que la naturaleza es mi hogar. La vida, la libertad, necesidades que defendería, pero no una región delimitada por una frontera. Una frontera definida por conveniencias políticas, ni culturales, ni racionales, ni étnicas. No me siento proclive a matar por hacer que un trozo de tierra o agua quede inscripta en unos papeles en cuyo contenido se funda el poder de los estados. Los gobiernos, esos habitantes de ese terreno infernal de los estados, son quienes están interesados en eso. ¿Qué interés podría tener yo en el hogar de los qom o de los isleños? Es muy probable que a lo sumo vea sus paisajes por TV o Google Earth. O vaya de turismo. ¿Por qué habría de sentir "mío" esos terruños?

¿Y en qué consistiría esa "propiedad"? ¿Acaso puedo ir los esteros del Iberá y hacerme una casa donde quiera? ¿Acaso puedo ir a la plaza y acampar durante mis vacaciones? ¿Acaso comparto las creencias, los saberes y los quehaceres de los kollas, o de los mapuches? ¿En qué sentido son míos esos lugares o esas culturas?

¿Y no será que en todo caso, son los kollas, los mapuches, los qom, los isleños y los criollos que eligieron esa porción de la Naturaleza para transcurrir allí su vida mucho más "dueños" que yo?

¿Con qué derecho iría a perturbar su paz o sus conflictos?

¿Acaso me llamaron para algo? ¿De dónde saldría esa ominpotencia de "defender" un supuesto "orden" alterado? ¡Quién! ¿Yo?

¿No será acaso ese adiestramiento canino, de una sobrevalorada argentinidad, como si fuera algo real, aquello que nos da letra en estos temas? Nuestra tierra.

¿Nuestra tierra? Yo más bien diría que la tierra que habito, con su clima, sus otros habitantes, animales, vegetales, minerales y humanos, con sus vientos y sus aguas, son quienes me poseen. Ellos me dan forma, me nutren, me proponen actividades, recorridos, transcursos.

Podrán ser míos sólo poéticamente. El afecto de la cotidianidad crea ese lazo, completamente ignorado por el paisaje, el polvo o la roca. Ese lazo de mí hacia las cosas. En todo caso, soy parte de ese paisaje. No más que eso. Eso me da derecho a compartir la suerte del resto del paisaje. Así como los animales y los vegetales ofrecen su pasiva resistencia, yo podría resistirme también a que perturben mi paz. No más que eso.

Ese lazo es el que inspira la música, la pintura, los ritos, todos esos condimentos de la cultura. Ese lazo es el producto y el productor de esa cultura. Por ese lazo uno podría morir, por ver derrumbarse uno a uno los ingredientes cotidianos de ese paisaje, que se permanente se hace carne y me explica.

En el extremo además, en el amor a la vida, a la libertad, sobre todo a la libertad de transcurrir la vida en paz: nacer, crecer, desarrollarse, envejecer y morir, en el extremo, podría, ante la posibilidad extrema de verlos amenazados, ante el dolor y la certidumbre de su pérdida, resistir con violencia a la violencia. ¿Qué persona, en armonía, querría perturbar su propia paz, atacando una lejana tierra, parándose y diciendo, "esto es mío", si su hogar está tan lejos y tan lleno de afectos reales, concretos, palpables día a día?

¿Quien, que amara la vida, que amara a los hombres, no por buenos, sino por semejantes, por compartir la misma suerte, podría concebir la guerra?

¿Quien, que amara la libertad de elegir cómo vivir y cómo morir, podría aceptar algo tan artificial como los motivos de la guerra, más aún habiendo testificado la larga Historia de los hombres, los motivos, nunca nobles, de la guerra?

Ahora que la palabra resistencia ha vuelto a estar de moda, se invierten los argumentos. Ahora no es guerra, es resistencia. Ahora no es recuperación, es resistencia.

¿Resistencia de qué? ¿Quién de nosotros estaba allí siendo despojado? ¿Desde cuándo somos justicieros de los isleños? ¿Cuándo nos pidieron ayuda? ¿Quién de los antiguos habitantes argentinos, quedó resistiendo hasta el final? ¿No serían burócratas tal vez?

¿Es mejor acaso ser argentino que inglés o bengalí? ¿Es mejor ser argentino que iraní o koreano? ¿Es mejor ser argentino que toba? ¿Qué es ser argentino? ¿Tener un nombre y apellido asociados a un número, el que dispensa el Registro Nacional de las Personas? ¿Cantar el himno? ¿Vacaciones en los feriados de la patria? ¿Decir que la bandera jamás fue atada al carro vencedor de un enemigo? ¿Aliarse con Brasil y Uruguay para atacar al Paraguay? ¿Decir Viva el Rey y conspirar? ¿Qué es ser argentino? ¿Ir a votar? ¿Admirar a San Martín o a Belgrano? ¿Cantar la marcha peronista? ¿Qué es ser argentino? ¿Tomar mate y ser solidario? ¿Ser un vivo bárbaro? ¿Repetir hasta el cansancio que "inventamos" el dulce de leche, el bolígrafo, la identificación por huellas digitales y el colectivo? ¿Repetir arrogantemente que Maradona, Messi, Fangio, Houssay, Milstein, Perez Esquivel y Bergoglio son glorias argentinas? ¿Que Borges y Cortazar lo eran? ¿Los que viven perdidos en los cerros jujeños y que hace unos años quedaron despojados por el alud hicieron posibles también que esas glorias surgieran? ¿Cuál fue su contribución? ¿Son ellos también de esos hombres y mujeres? ¿O hubieran existido igualmente habiendo nacido en Brasil, en Ecuador o Mozambique? ¿Acaso la vida de esos hombres despojados cambiaron en algo un solo minuto el compartir "nacionalidad" con Borges o Bergoglio? ¿Con Videla y Massera?

¿Acaso otros países no han tenido, tienen y podrán tener también glorias y vergüenzas de ese estilo?

Está muy bien mirar un partido de futbol y gritar Ar-gen-tina, Ar-gen-tina. Es divertido, es emotivo, nos une una selección. Está muy bien sentir que tenemos una historia en común, que algo nos une a través de los siglos, luego de haber sido exiliados de nuestros hogares naturales y haber resignado nuestra cultura a las imposiciones de las migraciones y el marketing. Algo que nos dé un poco de identidad, ya que no es la cultura ni la ideología.

Es lamentable sin embargo que nos ate esa exaltación de las muertes sin sentido. Está sobredimensionada la gesta patriótica. Durante siglos los reyes, las juntas, los emperadores, los presidentes, los directorios y triunviratos, los príncipes, han engañado a los pueblos y les han hecho sentir que había una amenaza real en que multitudes de hombres desde el otro extremo del planeta nos sometieran a su arbitrio. Con esos engaños nos han hecho marchar lejos de nuestros hogares, de lo único real, del único testimonio de nuestra corta existencia, a invadir y acumular, a atropellar, a sembrar horror y enconos. A todos, a todos los pueblos del mundo. A lo largo de toda la Historia. Con esas viles mentiras, como si la Tierra no fuera lo suficientemente extensa y pródiga, nos han inventado enemigos y nos hemos enterado de su existencia y ellos de la nuestra, a través de cuidados argumentos, repletos de pruebas falaces y vergonzosas. Con esas mentiras han alimentado nuestra ferocidad, nuestra naturaleza predadora y nos han lanzado, en la cumbre de la violencia, contra los otros, enceguecidos, efervorizados, arengados con discursos hivientes de carroña.

Cómo voy a justificar que un hombre, una mujer, de cualquier edad, no termine su vida en armonía.

Y esto no aplica solamente a la guerra.

Buenas noches.




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