miércoles, 28 de noviembre de 2012

Crímenes contra la propiedad I.

A veces (cada vez más frecuentemente) me parece increíble que el hecho hurtar o robar un objeto sea un crimen tan atroz como lesionar la integridad de una persona (física o anímica).

Y que tantos crímenes contra la integridad de una persona sean alentados, estimulados, disfrazados y con un batallón de eufemismos, aligerados de su carga.

Hace uno o días atrás escuchaba en la radio a Chiche Gelblung que medio en broma provocadora o medio en serio, decía, ante el escándalo de Nelson Castro, que "robar un banco es un acto justiciero".

La verdad que es más o menos así. Cuando pensamos en el gran daño que han hecho las empresas financieras a grandes masas de personas en todo el mundo y a lo largo de su historia, fomentando industrias de muerte y enfermedad, generando y alimentando crisis económicas, desocupación, hambre y atendiendo a que los seguros terminan reparando el ocasional daño a particulares y más aun, considerando que los accionistas son anónimos y circunstanciales (siendo como son comprados y vendidos sin miramientos ni nostalgias), pienso que puede verse como un acto justiciero.

Los gerentes y directores (sacerdotes del culto a la acumulación y al consumo) no se ven directa e indispensablemente afectados, salvo por una cuestión de prestigio y sólo eventualmente también económicamente a partir de un bono anual que los enamora en una forma completamente alienante.

A los empleados se les podrá hacer creer que necesariamente se ven afectados pero la realidad es que ni es necesario ni es indispensable y si se los afecta es sólo a los efectos de lograr la condena moral a este tipo de hechos.

El caso Fendrich consechó más simpatías que condenas. Y sólo cuando alguien era pescado en una sonrisita cómplice por una persona infecta de moralina conservadora, sólo entonces se dejaba oir el coro condenatorio del vulgo.

La historia de la literatura y del cine está lleno de héroes ladrones, desde Robin Hood hasta Thelma y Louise, Dillinger, Bonnie and Clyde y tramas como El golpe, De mendigo a millonario y muchas otras, que nos demuestran que la gente mira con mayor simpatía el ingenio y la precisión o el coraje que un daño económico que la gente no ve como daño pues no afecta a la supervivencia de la víctima (o bien se considera merecido).

La gente vive como una pequeña revancha este tipo de expropiaciones. Ladrones devenidos en héroes. Estafadores en íconos admirados.

La ley está para crear moral.

Hoy en día, los periodistas repiten hasta el paroxismo que cruzar una luz roja es criminal y que quien lo hace es un asesino. Una luz que es una convención, un acuerdo y que tiene sentido sólo si hay conflicto de derecho de paso. ¿Dónde está el crimen si no hay conflicto, si no hay transeúntes u otros vehículos concurriendo en lugar y oportunidad a un mismo punto de encuentro? Pero la ley crea moral. Y en vez de poner una luz amarilla intermitente y estimular el crear responsabilidad social en forma autónoma, decimos, la luz roja tiene entidad moral e ignorarla es causal de inmoralidad. Dejamos una luz camaleónica de roja a verde y de vuelta a roja, durante toda la noche en calles vacías, sometiendo a los ocasionales viajeros a esperas inútiles o peligrosas so pena de ser etiquetados de criminales.

La ley está para crear moral.

Un papel en el mejor de los casos, replicado, custodiado, atribuye los derechos de la libertad sobre aquel que se arrogue el atrevimiento de cuestionar su significado. El hurto, el robo, la estafa. No interesa si el hecho es o no lesivo. El cuestionar el papel es lo que está penado, no el presunto daño ocasionado.

Y como no es el criterio del daño sino el significado del papel, si no hay papel no hay derecho. Y entonces si alguien es expropiado de lo que necesita para vivir, pero no tiene papel, la justicia lo ignora, lo posterga. Y si tiene papel pero no sufre daño, el titular tiene derecho sobre la libertad del perpetrador, o sobre las consecuencias sobre su integridad física de la privación de esa libertad.

Por eso los más humildes, sometidos por generaciones nunca reciben justicia, pese a que son expropiados diariamente de lo que necesitan para vivir. Y aquellos que les sobra para darse lujos frecuentemente, reclaman justicia y son oídos y reparados con prontitud.

Porque la ley está para crear moral. Para decirnos cuándo debemos pensar que algo está bien o está mal.

Y la ley habla de propiedad cuando establece castigos severos. Y los daños no cuantificables como es el sometimiento a una vida indigna, no hallan su lugar en códigos y leyes. Porque siempre hay un papel, a nombre de otro que los deja sistemáticamente afuera.

Es ese sentimiento de reparación el que se juega cuando alguien roba a un poderoso, sea un banco, o un millonario. La ley por un instante deja de dictar moral en las conciencias. Se abre la brecha y por un instante el robo se convierte en un acto justiciero.

Buenas tardes.



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