lunes, 8 de agosto de 2011

Encantada, Felisberto.

Felisberto Hernández tiene un estilo muy particular. Parece un niño grande, un observador niño. Un observador de los hechos y un observador de sí mismo frente a los hechos, de la forma en que lo haría un niño. Las imágenes que utiliza son inesperadas, me atrapan y me arrastran a su cauce con la naturalidad con que un niño te toma de la mano y te lleva a sus juegos.

No leí mucho de él pero en lo poco que leí, sentí que siempre hablaba de las mismas cosas, como dice Fontanarrosa que dice Borges: siempre se escribe el mismo libro. Así que este post habla de lo que puedo sentir con Felisberto a través de la lectura de poco menos de media docena de cuentos.

Felisberto tiene esa condescendencia con las cosas y las personas (que él llama pereza) que les permite ser lo que vinieron a ser. Sus imágenes hablan de eso y sus cuentos hablan de ese aceptar la propuesta del destino y dejarse sumergir, sin resistirse a sus invitaciones.

No sólo sino que no juzga y si sus conjeturas acerca de lo que no conoce resultan erradas, él agrega sus conjeturas a la realidad y todo pasa a ser parte del abanico de realidad que su interioridad maneja. Iguala los hechos a la interpretación de los hechos, e iguala los hechos a sus deseos y sus simulaciones internas.

Eso hace que la realidad que relata sea para mí tan rica.

Filisberto me conduce por las sinuosidad de su imaginería con pequeños empujoncitos. Cuando mi cerebro cree seguirlo, él me da un tironcito que me obliga a virar unos grados. Frases como: "Asentí como un caballo al que le molestan los frenos", "Como un mueble sobre un piso flojo", "las palabras que se desprendían de su cuerpo", "hileras de letras", funcionan en mí como tironcitos o empujoncitos suaves pero correctivos del rumbo que llevaba. A veces traviesamente, otras con lógica infantil.

Algo que me llamó la atención tanto en "Mi primera maestra" como en "La casa inundada" es como ve la obesidad de las mujeres que refiere en esos cuentos, sus coprotagonistas. Le impacta esa obesidad, pero no desde el punto de vista estético, sino con curiosidad, o desde lo funcional, o desde el impacto que le produce en esa mujer en particular. Sin embargo, desde todas las posturas desde las que menciona o distingue esa obesidad, lo hace como una circunstancia, pero sin juicio, ni de valor, ni estético. E igualmente se anima a dejarse seducir por la mujer que porta esa anatomía.

Pero al comienzo dije que hablaba siempre de las mismas cosas. Claro, yo he leído poco de él y tal vez mis apreciaciones son demasiado anticipadas.

Lo que yo veo es que Felisberto habla de la observación, del punto de vista. Y de una forma totalmente íntima y personal. No arriesga (al menos que recuerde) sentencias ni juicios, ni afirmaciones categóricas. El suyo es un eterno relato de la observación, de la trepanación de las cosas (siempre y todas ellas animadas) y la creación de túneles de observación desde cualquier vértice a cualquier cosa que se aloje en el interior (real o imaginado).

Cualquier detalle, un atributo visible, una palabra, un hecho, una sensación, se convierte en canal para conocer algo más y derivar en un mundo de conjeturas y certezas, casi sin límite. Una forma de conocer, la capacidad de ver más allá. En "El acomodador" para mí esto es muy claro. Y en "La cada inundada" también.

Continuaré con los cuentos del libro que conseguí "Cuentos reunidos" para luego salir en busca de "Las Hortensias" y otros trabajos.


Buenos días.


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