jueves, 4 de noviembre de 2010

El trabajo como valor III returns, la primera secuela

Bueno, en realidad no es la primera secuela, será la cuarta o la quinta porque las anteriores aún no entraron al horno y requieren alguna elaboración más. Ese artículo me detuvo varias veces, pero luego de leerla y releerla me pica una cosita, en general, que quiero desembuchar.

Tiene que ver con esto de que el trabajo es un valor hoy por hoy para todos los de clase media en todas sus variantes, y parte de la clase baja. De la clase alta no puedo hablar porque me es muy ajena. No hablo de lo que "se dice" con palabras bonitas, sino lo que está en la boca y expectativa de la gente.

La gente sufre si no tiene trabajo, se deprime, porque no sabe qué cosa hacer con su tiempo. El artículo cita a Hannah Arendt: "La Edad Moderna trajo consigo la glorificación teórica del trabajo, cuya consecuencia ha sido la transformación de toda la sociedad en una sociedad de trabajo. Por lo tanto, la realización del deseo, al igual que sucede en los cuentos de hadas, llega un momento en que sólo puede ser contraproducente, puesto que se trata de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada de las trabas del trabajo y dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y significativas por cuya causa merecería ganarse la libertad."

Ese esto último de "dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y significativas por cuya causa merecería ganarse la libertad" lo que tal vez es lo que sume a la gente en la depresión cuando está sin trabajo (la gente influenciada por lo del trabajo como valor, eso de que el trabajo dignifica, realización a través de la profesión, estar haciendo siempre algo útil, sentirse útil, sentirse productivo, prosperar en el trabajo, etc).

No todos los estratos sociales están impregnados de este valor, sólo aquellos que aceptan el rol de hacer girar la rueda, producir para que todos consumamos (yo, primera). Y lo naturalizamos de tal forma que llega un punto en que si alguien nos lo muestra decimos "no, yo no soy así".

Luego desesperamos, excepto los adictos al trabajo, por las vacaciones, ese período de ocio, en el que nos transformamos en otras personas, personas de paso, personas transitorias, con actividades, emociones y "personalidades" con fecha de vencimiento.

El problema está cuando otros estratos, de base numerosa y en apabullante crecimiento (los excluidos, los marginales), nos ponen de cara al meollo de la cuestión... que es "que laburen los giles". O sea, nosotros.

Nosotros que, para quedar bien vistos y porque no somos tan vivos, necesitamos desprestigiar las herramientas de los otros para pasarla bien, porque por pusilánimes, preferimos pasar horas, días, semanas, meses, dedicados a las aspiraciones de otros para "ganarnos" unas merecidas vacaciones, el LCD, el viaje a Paris, Disneyworld o a escalar, el hobby caro, la cena exótica.

Bueno, tal vez lo de pusilánime es fuerte. Es que yo necesito exagerar para dar fuerza a la idea. Sería algo así como una variante de "la diplomacia es el recurso de los débiles".

Pagamos con toda la vida, unos minutos de placer.

¿Horas, días?

Entonces nos autoconvencemos de que la meritocracia (el otro nombre de la ley de la selva, en donde se remplaza la fuerza por el mérito), que nunca vamos a nombrar porque es discriminatorio y deja afuera a muchos, nos hace legítimos acreedores del bienestar. Todos los demás, lo usurpan.

El mérito pone al alcance de los débiles (como yo, por ejemplo) y los cobardes (como yo, por ejemplo), el mismo premio que antes se obtenía por la fuerza de las armas y/o del ingenio (como Ulises/Odiseo).

Nosotros nos merecemos el premio por tanto esfuerzo, por quemarnos las pestañas, por nuestra fuerza de voluntad, porque supimos privarnos, porque para eso trabajamos, porque para eso pasamos noches sin dormir, para eso no nos fuimos de vacaciones y nos arreglamos solos y no pedimos prestado, porque para eso hicimos honor al "remienda tu paño y te durará un año, volvelo a remendar y te volverá a durar".

Para eso nos matamos trabajando y al hacerlo perdemos los años más plenos de nuestra vida, cuando no nos dolía casi nada, cuando resistíamos más, y nos recuperábamos mejor o ni nos dábamos cuenta. ¿Y para qué usamos esa virtud mágica de la juventud?  Para trabajar. Para otros. Porque para tener lo que tenemos IGUAL nos tuvimos que privar.

Y viene un vivo y nos asalta, nos roba, nos despoja. Uno que nunca trabajó, capaz que hijo y nieto de eternos orgullosos desocupados o vividores de niños, que estaba en el bar o embobado mirando Tinelli o falopeándose, mientras yo me quemaba las pestañas estudiando para los exámenes y tener un título que me abriera la puerta a un trabajo mejor remunerado. Y más esclavo. Porque ahora tengo celu y laptop del trabajo y tengo un pin para acceso remoto para poder conectarme "cuando quiera" y estoy en una lista de un BCP (Business Continuity Plan) en virtud del cual me pueden llamar incluso mientras festejo íntimamente algún aniversario, por ejemplo.

La bronca no es por la plata. O sí, porque, porque representa no haber gozado o no haber gozado plenamente o el todo el tiempo que era posible. La bronca es porque soy un/a gil, que se sintió orgulloso/a cuando recibió el celu, la laptop, el pin y pasó a formar parte de la lista de los "imprescindibles" y creímos, como en "La isla", que salimos sorteados en el premio mayor que "a la final no era más que la muerte, no era".

La bronca es porque todo el sacrificio y las concesiones sobre nuestra vida privada, es siempre a cuenta. A cuenta de futuras promociones por las que competimos en "mayor esfuerzo/mérito/dedicación" con otros nabos igual que nosotros, por futuros aumentos o privilegios, que tal vez luego se generalizan y resultó que sólo fuimos pioneros por unos meses, o bien se eliminan para todos en virtud de una más estricta "política de integridad".

La bronca es porque cuanto más te esforzás trabajando y estudiando, estudiando detalladamente detalles cada vez más pequeños que cambian y desactualizan cada vez más vertiginosamente y ya quedaste out, te vas olvidando de qué era sentir placer despreocupadamente, sin urgencias, sin sentirse imprescindible y SIN PAGAR NI DEBERLE NADA A NADIE.

Por eso la bronca, cuando el otro, que pasó y vio la oportunidad, te birló la billetera o te hizo pasar un mal rato (no hablo de muertes, violaciones ni torturas, entiéndase bien) sin el más mínimo esfuerzo ni sacrificio previo.

¡Con qué derecho!

¡Con qúe derecho me muestra lo idiota que soy!

Buenos días.




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