domingo, 21 de julio de 2013

Nuestra dependencia del petróleo.

Recién mientras preparaba el almuerzo sonaba la radio en la frecuencia en donde había quedado: Radio El Mundo, Hablaban del Teatro Colón, pasaban mensajes a favor y en contra, nada muy profundo ni muy trascendente. En un momento la co-conductora menciona que había visto una obra de teatro que la había impactado y sorprendido como hacía mucho tiempo que no ocurría: Las putas de San Julián, en el Teatro Nacional Cervantes, los miércoles. La recomendaba especialmente. Luego acotó que Osvaldo Bayer tenía participación en la obra. Inmediatamente lo pusieron en la línea. Sorpresivamente no mencionaron la obra sino otros temas de política nacional: el petróleo y Chevron, los pueblos originarios, el estatuto del peón rural, los latifundios. Los conductores saltaban de un tema a otro con gran avidez. Bayer, casi en el cierre del mini reportaje, dijo algo así como "más nos valdría andar en carro y a caballo, a alterar la ecología de la forma en que lo hacemos y dejar a nuestros hjos y nietos esta herencia".
Esto obviamente fue el tema de conversación en la mesa.

Mi compañero decía que más que andar en carro o en caballo, no tendríamos que estar yendo de un lado a otro todo el tiempo. De hecho mi horario de este cuatrimestre que inicia el 12 de agosto, contempla 3 1/2 de viaje por día. Un disparate, trayectos que no puedo hacer a pie y que en bicicleta (si me le animara al trásito) sería de por lo menos el doble de tiempo. Un disparate.

Por otro lado, el jueves pasado fui a ver un documental sobre Fracking o Fractura Hidráulica,  "Río Impetuoso: hidrofractura", que trata varios de los temas de los que habló Bayer: los pueblos originarios, la relación con el medio (hoy Ecología), el petróleo, las formas de vida. Me habia tomado el colectivo hasta que se hizo intolerable. Calculé que a pie llegaba en horario. Así que las últimas 16 cuadras las caminé, decisión que tomo siempre que puedo, pues me mantiene en contacto con la realidad, a pie y sin auriculares, viendo, oyendo y oliendo la realidad.

En el debate hablaron tres oradores: un representante de la Federación de los trabajadores de la Energía, un representante del Observatorio Petrolero Sur y el director, Matías Estévez, oriundo (creo) o al menos habitante, de Neuquén.

El representante de la Federación (cuyo nombre no recuerdo) era un excelente orador, que sabía utilizar muy bien todas las frases, conceptos e ideas en boga en la actualidad. Cuando lo escuchaba pensaba lo indistinguibles que son los discursos de izquierda entre sí y con los de los anarquistas de algunas de las orientaciones, por el uso que hacen de las mismas fórmulas y las aparentes coincidencias. Escuchaba a este sindicalista y era como escuchar al Pollo Sobrero o como escuchar algunos (sólo algunos) pareceres de los discursos del 1ero de Mayo en la Plaza Miserere o en la reunión de difusión de la FORA. Sólo en algunas sutilezas (que podrán significar grandes desvíos ideológicos) se pueden distinguir algunos fragmentos de sus discursos, pero para el común de la gente que no domina esos aspectos radicales, como yo, pasan inadvertidos.

El discurso del representante de la Federación era impecable, pero luego de las preguntas se hizo reiterativo o nuy largo tal vez y mi atención y entusiasmo decayeron. Pero algo rescato de ese discurso. Algo que no comparto, pero que tiene que ver con que los sindicalistas y gremialistas no son utópicos (como dijo Campilongo en la reunión de difusión de la FORA). No son utópidos, con los que sus argumentos en gran parte son prácticos cuando no pragmáticos.

Lo que dijo el sindicalista fue que era ridículo pensar que la gente de Buenos Aires habituados como estamos a un consumo de derivados del petróleo tan acentuado, pudiera disminuir su consumo para beneficio del pueblo de Neuquén o como cuidado ecológico.

¿Por qué no?

¿Será por que soy utópica aunque no lo crea así?

¿Acaso no debemos desaprender para corregir errores en nuestro conocimiento en la medida que estudiamos los temas de nuestro interés a mayor profundidad?

¿Acaso no cambiamos la forma de hacer las cosas cuando encontramos algo más práctico o más beneficioso?

¿Acaso no hacíamos las cosas de una forma y aprendimos a hacerlas de otra en función de la publicidad y el marketing?

¿Por qué no podemos desaprender? ¿Por qué no podemos mejorar nuestros hábitos?

¿Realmente no podemos o las empresas no están interesadas en que podamos y mantienen su bombardeo de consumo conspicuo para que no reflexionemos lo que hacemos?

Luz, luz y más luz, artículos eléctricos (ahora hay un máquina ¡¡que hace sopa!!, eléctrica, claro), viajes en auto o colectivo, artículos de plástico que renovamos por estar sometidos aún sin nuestro consentimiento a la expropiación de la obsolescencia programada, artículos de plástico porque no tenemos tiempo de lavar y estamos casi obligados a descartar, descartar porque no tenemos tiempo de seleccionar, elegir, programar nuestras actividdades y porque tenemos que trabajar más y más y cada vez más lejos, en la loma del quinto peludo, para poder consumir más lo que las empresas desean vendernos porque si no consumimos se terminan los lujos.

¿Realmente no podríamos volver a repensar nuestros consumos?

Yo, por ejemplo, uso muy poco detergente. Lo uso cuando consumo alimentos con grasa. Pero un plato que tenía una fruta no requiere que use detergente, por ejemplo. Lo mismo el agua muy caliente. El detergente no mata microorganismos, no. Y las defensas (si ese fuera el temor) aumentan solas con un descanso regular y relajado y una buena alimentación rica en frutas y verduras, sobre todo frutas en el desayuno. Es implementar cambios de a poco, cuidar los detalles y las cosas se encaminan porque el supuesto caos no es tal. El universo tiene múltiples órdenes, uno de ellos nuestra salud, que tiende a un equilibrio si uno deja de trasnochar y apaga la tele y las lueces temprano. Si leemos con la luz diurna, que además es cuando estamos más descansados y sagaces.

Ya sé, cuando llegamos a casa, llegamos tan saturados que lo único que queremos es vaciar nuestra cabeza con la televisión, a cuanto más estúpido el programa mejor, ¿no?

No, mejor sería desahogarse dando una caminata, paseando por la plaza mientras conversamos con nuestra pareja de problemas y de sueños, jugando con los hijos, cantando en familia, cualquier cosa, jugando a las cartas o al dominó o tomando una siesta. Mucho más sano, más económico y más ecológico.Y los fines de semana, partiditos al aire libre, plaza, de noche una peña, una kermesse para reunirse con los vecinos y ver la vida en vivo y en directo, sin satélite.

Los beneficios los sentiríamos enseguida.

Y la Naturaleza, nosotros incluidos, agradecida.

Buenos días.



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