lunes, 6 de febrero de 2012

Demencias.

Dijo el Dr. D'Auria: "para mí las demencias son parte de la evolución natural del ser humano, habida cuenta de que las padecen el 90% de los mayores de 80 años".

Era algo que hasta hace unas décadas la gente no conocía salvo como un trastorno ocasional en aquellos gerontes de temprana (para este siglo) edad que excepcionalmente la padecían. Para mí fue algo sorpresivo, un mundo paralelo que no conocía que me salió al cruce y me sorprendió sin lanza para atacarlos.

Entendí a Alonso Quijano arremetiendo contra los molinos, entendí a los protagonistas de La Dimensión Desconocida, entendí a los personajes de Historias Asombrosas... Todos ellos padecieron el no entender ese repentino desorden del universo, esa abrupta visión de otra realidad invisible a las vidas ordenadas de los oficinistas y las amas de casa.

Comencé a pensar la crueldad de la medicina que prolonga la utilidad de un corazón emparchado olvidándose de hacer mantenimiento a la cabeza. U otros casos, tal vez inversos. Y como no soy de callarme, mucha gente que sí lo hace y padeció antes que yo el mismo tránsito por la pesadilla, me dijo al escucharme: "no sabés cómo te entiendo, nadie lo puede entender si no lo ha padecido".

Y es real. Es tratar de mantener el pie ingresando de a ratos en las pesadillas de nuestros padecientes mayores dementes. Vivir esa realidad es dura, vivir las dos es devastadora. Pero además, es épico enfrentar a todo un sistema que se resiste a aceptar que un adulto mayor demente es un costo infinito que ninguna persona con un trabajo normal puede contener con dignidad.

Y me pregunté, ¿por qué no hay una asociación civil que contenga a los familiares de la gente que ingresa en esta etapa? ¿Por qué no se informa a la gente lo que es muy probable que le espere a partir de los 80 años? ¿Por qué los medicos no piden exámenes cognitivos a partir de cierta edad para paliar, frenar o contener este terrible mal? ¿Por qué en las escuelas no se comienza a inculcar las previsiones a tomar para llegar a esa edad un poco mejor, o para detectar las alertas y buscar contención a tiempo?

Y después de que la gente que se iba enterando desahogara sus dolorosas culpas conmigo, tratando de explicar que no era por maldad ni por comodidad desear que todo terminara, ni por desamor el enojarse porque se les hubiera prolongado tanto la vida a esos padres atravesados con sondas, perforados por traquetomías y demás, yo también me enojé porque pensé: los médicos disfrutan de su pericia de ganarle a la muerte, gozan con sus ingeniosos trucos para que el riñón mejore, el corazón bombee, el estómago digiera, pero se olvidan de esa persona, que completamente descompensada, está atrapada por un corazón que late y una cabeza que deriva en ríos tumultuosos cada vez más rápida y oscuramente.

Se sienten gimnastas, pienso.

Se sienten héroes. Salvando de la muerte a indefensos que quieren irse, como si la muerte fuera más terrible.

Y es peor la pesadilla ilógica que los arrastra de cuarto en cuarto en un laberinto infernal sin poder aferrarse a ninguno y sin jamás encontrar la salida.

Agotamiento. Y sin poder despertar nunca más.

Es mucho más cruel sobrevivir, tras infecciones encadenadas, caídas, retenciones, males habilitados por un cerebro que se deteriora sin remedio. Y pasar de sentirse abandonado a estar rodeado de gente, conocidos del pasado, desconocidos del presente, invadiendo sus horas, entrometiéndose en sus conversaciones. Atándolos, manoseándolos, llenándolos de químicos.

Pobres padres, pobres abuelos, los que son retenidos por una vida que les depara sólo sueños cortos y pesadillas largas.

Buenas tardes.




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