miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ayotzinapa.

Yo no sé si estoy "contaminada" porque me llega la versión siempre de la misma forma. No se me ocurre ninguna otra versión en la que se justifique la desaparición de 43 personas. Trato de imaginar algún argumento en defensa de lo ocurrido con los 43 normalistas, imagino gente que conozco, periodistas de ultra derecha, de esos que abundan en sarcasmos intencionados y no sé qué dirían para justificar lo de estos 43 normalistas.

Y no sé por qué, pero me llena de una angustia que no puedo manejar bien.

Una vez en la vida sentí este nivel de angustia. Fue a mis 18 años cuando fue la Guerra de Malvinas. Lloraba todos los días. En el colegio me preguntaban si tenía algún primo, hermano, amigo o novio en Malvinas y yo me moría de la indignación. "¿Es necesario tener a "un" pibe en Malvinas para desesperarse del horror y del dolor de una guerra? Acaso en los años de escuela que hemos estudiado mayormente guerras, batallas, generales, campañas, no hemos visto la desgracia de la sangre derramada, de los jóvenes sacrificados en el sinsentido?" Pensaba, dibujaba, escribía para exorcisar la pesadilla y lloraba. Todos los días lloraba. Esperando que terminara la locura.

Hoy me siento igual. En cuanto hago una pausa me vienen 43 jóvenes a la cabeza y digo "No puede ser, no puede estar pasado esto y que el mundo no se ponga de punta a exigir respuestas."

No sé por qué Ayotzinapa me produce esto si sé que todo el tiempo, todos los días, todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches en todos los países del mundo ocurren abusos de poder y millones de personas sufren vejaciones, violencia, hambre, enfermedad, persecución.

Sé que ocurre esto y no me es indiferente. Me duele. Me duele cada mañana, cada tarde y cada noche, pensar que hay activistas apresados en cárceles clandestinas en todo el mundo, que para esos chupados no hay fronteras ni controles migratorios, ni protecciones de ningún tipo. Ningún derecho, ningún abogado, ningún juicio. Me duele que cada mañana, cada tarde y cada noche, miles de mujeres sean sometidas a esclavitud sexual en redes de trata. En este mismo instante hay mujeres, niñas y niños engañad@s, vendid@s, comprad@s y alquilad@s. No me olvido porque el horror lo siento en el pecho, en la piel de todo el cuerpo y en los ojos que me arden como lava. Mi memoria no retiene sus nombres, pero hay uno que siempre vuelve y es como si fuera el nombre de tod@s ell@s: Florencia Penacchi. En ella recuerdo casi diariamente que aún no tenemos noticias de ella y de tantas otras.

Con Ayotzinapa (como con Florencia) me ocurre que siento que todavía pueden rescatarse muchos de ellos vivos.

Tal vez es una esperanza inútil. Tal vez esos restos calcinados tienen cenizas de los 42 restantes. Pero el no tener respuesta me hace pensar que es justo para ellos que sintamos que es posible rescatarlos.

No puede ser que nadie hable.

Por eso me sorprende, me indigna y se escandaliza que el mundo no se detenga a exigir que los que tengan que hablar, hablen y digan dónde están los 42 que resta encontrar. Que sepamos qué pasó con ellos, día por día.

He intentado escribir poemas para poder sacar este dolor del pecho, como un exorcismo, como suelo hacer. Pero no he podido. He escrito, sí, pero no exorcisa esta sorpresa incrédula que me inunda.

Me sale:
¿Dónde están?
¿Dónde están?
¿Dónde están?
¿Dónde están?
¿Dónde están?
¿Dónde están?
...

sólo eso en distintas entonaciones, con distintas pausas, con distintos gestos, ademanes, emociones, con dolor, con duda, con estremecimiento, con incredulidad, inquisidoramente, con miedo, tímidamente, iracundamente. De mil maneras pero sólo: ¿Dónde están?

Y por eso, por esa incredulidad indignada de por qué el mundo no se detiene a preguntar ¿Dónde están? y sólo eso, mil veces, millones de veces, en mil tonos distintos hasta obtener respuesta, es que me pregunto, cómo es la otra versión, la que no me llega, la que explica o pretende justificar esta ausencia de pregunta.

¿Cuál es el argumento que no se dice, pero que frena a los pueblos de detener el mundo y preguntar hasta obtener respuesta?

¿Qué es eso que no sé y que hace que sigamos como si nada, sin saber dónde y cómo están y cuándo estarán de vuelta?

Esto es como Malvinas, cuando lloraba y me preguntaba "¿cuándo terminará esta pesadilla? ¿cuándo estarán de vuelta? ¿y cómo llegarán los que regresen? ¿cuándo sabremos quiénes son los que no volverán? ¿cómo haremos para que no se vuelvan locos o se suiciden? ¿cómo haremos para que no queden atrapados en la guerra después de años de haber vuelto?"


El mundo no se siente obligado a detenerse jamás. Ni la vida ni la muerte lo obliga a hacer una pregunta y esperar la respuesta.

Yo sé que estas preguntas no son sólo mías.

Las preguntas, sí, es verdad, se están haciendo. No quiero ser injusta. La gente que es conciente pregunta y también reclama: "Vivos se los llevaron, vivos los queremos". Los esperamos vivos. Pero los que tienen voz, los que acceden a los medios, los que tienen el poder, no están preguntando en serio. No se están poniendo firmes.

Yo los espero vivos, también. Y como en Malvinas, no conozco a ninguno. Ningún primo, ningún hermano, ningún novio, ningún amigo.


Buenas noches.

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