domingo, 10 de febrero de 2013

Dónde poner el límite.

No es un post de autoayuda, no al menos a nivel personal. Tal vez a nivel social. O tal vez podríamos hacer una comparación al final del post.

Ayer estaba en el Taller de Lectura, retomando esta actividad que me gustaba tanto. Últimamente hablamos más de lo que leemos y lo que hablamos se aleja cada vez más de mi forma de pensar. O mejor dicho, yo me voy alejandro.

Algo es cierto, cuando uno empieza a ver, ya no hay forma de pararlo, es una bola de nieve, un alud.

El punto es que surgieron varios temas relacionados, durante y luego de la reunión, con una de las asistentes con las que suelo irme a pie desde Santa Fe y Pueyrredón hasta un poco más allá de Parque Centenario.

Se habló mucho de las guerras, a partir de una lectura que llevó otra asistente, un texto de Saer sobre los soldados que custodiaban la tienda de Menelao. La realidad de una guerra, algunas anécdotas rememoradas a partir de la forma de describir esa cotidianeidad de la gente con los hechos que trascendían desde el frente, más todos los mitos, nos condujeron al tema de Malvinas, una situación que vivimos y que no he logrado superar pese a que no tuve ningún familiar ni amigo directo involucrado. No quiero pensar lo que hubiera sido de mí si la situación hubiera sido otra. No quiero imaginarlo. Es un dolor inmenso y que nunca pudo cerrar. No desde el nacionalismo, sino desde el humanismo.

Por eso, porque se habló de Malvinas y un poco desde el sentido racional de una guerra, tipos de guerra, homenajes, reconocimientos, cantidades de personas, situación de los soldados, etc, empecé a sentirme mal. Sobre todo cuando se habló de que Malvinas fue, reconocidamente por todos los eruditos, la última guerra de tipo territorial que hubo, con campo de batalla y no de características virtuales como a partir de entonces.

Otra vez empecé a cuestionarme cómo puede ser que el aspecto humano esté siempre negado, renocido en palabras pero oculto tras cifras que ponen racionalidad para no mostrar en toda su crudeza el sinsentido de una guerra.

Cuando tenía 18 (tenía 18 en el '82) pensaba que había chicos como yo en el frente. Enfrentando a profesionales, descuidados, maltratados por sus mismos generales, extirpados de sus vidas -tan extrañas a la guerra- a una realidad de pesadillas. Y convencida entonces de que los varones demoran un poco más en madurar que las mujeres en ese período lloraba todos los días por esos niños aún en muchos aspectos, sumergidos en una pesadilla sin poder salir, adoctrinados en la ceguera.

Recordaba haber visto oficinistas de 40 años gritando bravuconadas* en la plaza y yo horrorizada pensando: "sos un hijo de puta, te hacés el machito acá, en Buenos Aires, protegido, a salvo, cómodo, mientras chicos de 18 y 20 años están perdiendo la vida o siendo mutilados, metidos en el horror que no van a olvidar mientras vivan. Sos un turro hijo de puta, ojalá bombardearan Buenos Aires para que supieras lo que es el horror de una guerra que tanto te encanta que enfrenten otros, pibes apenas, por vos".

Lo lamento pero era eso lo que me venía una y otra vez a la cabeza y no puedo expresar las otras cosas que también venían a mi mente. Simplemente me puedo callar enfrente de otros, pero no puedo evitar pensar lo que pienso ni sentir lo que siento.

No quedo bien cada vez que sale el tema de Malvinas.

Traté de ausentarme de la conversación y de no hablar porque sé que derrapo invariablemente, y puedo llegar a ponerme vehemente con algo que no puedo arreglar y que los demás no pueden comprender porque hay un largo camino de razonamientos detrás, invisibles a simple vista.

La ceguera es tal que no hay palabras que yo diga que haga que la gente deje de pensar en términos de textos de Historia, de estadísticas, algo que para mí es el peor sacrilegio. Hacerle eso a una persona, arrancarla de su vida y plantarlo en una pesadilla, sin elección. Ojalá hubieran desertado esos chicos, ojalá hubieran tenido la claridad de pensamiento de desertar antes de partir.

Luego se habló de otras cosas que no recuerdo. Pero lo que sí recuerdo es que en un momento me escuché diciendo algo que fue retrucado enseguida con un "pero hay que poner un límite, eso era lo que hacían los guerrilleros". "En algún punto hay que poner un límite", dijo.

Y yo pensé: "Precisamente sí, hay que poner un límite. El punto es dónde y cómo. Lo que está en discusión no es la necesidad del límite sino en qué significa el límite y qué estamos dispuestos a convalidar para que sea efectivo y no sólo un paliativo light de conciencia."

Recuerdo sólo eso porque lo que yo decía era algo así como que respetando las leyes, obedeciéndolas, uno no frena este tipo de cuestiones, de abusos. "No es la forma", escuché que decía la misma persona.

Pero yo he estado cambiando mucho mi estima hacia la ley. Tal vez mientras no sentía que me limitaba tanto la ley estaba ahí y yo acá. Lo que primero me cuestioné fueron los modelos de solidaridad, que me venían haciendo ruido, por el tema de la dignidad, de la dependencia, del desanimar la autonomía para forzar un modelo asistencialista que empobrece a las personas en todo sentido, no en el sentido económico. De la lástima y la compasión que colocan al otro por debajo, en una posición de inútil.

He estado viendo cómo las leyes han favorecido la especulación, el enriquecimiento de ciertos sectores, la creación de nuevos sectores industriales (generando nuevas burbujas en las industrias de los servicios), restringiendo la libertad de los profesionales (colegiaturas, impuestos), limitando el acceso al conocimiento (derechos, promoción de niveles en carrera con desaparición de las específicas y favoreciendo las generalistas), limitando el uso de los espacios públicos, impidiendo la libre asociación de las personas a fin de resolver creativamente sus necesidades con regulaciones, garantías, impuestos, registraciones, controles... por demás.

Entonces cuando ella decía "no es la forma", yo pensaba, "sí es la forma porque la ley está para proteger a los perpetradores de los abusos, haciendo la vista gorda, disfrazándolos de otra cosa, impidiendo defenderse porque no podés accionar, está prohibido accionar. Está apneas permitido como una concesión extrema y tolerante, el rezongo, la queja, la marcha. Pero qué efecto tienen. También hay leyes para limitarlo, siempre el terreno gris: el libre tránsito, el servicio público, la destrucción de los bienes públicos. Y ajustarse tanto a la ley, , no avasallar la prohibición en el mejor de los casos, posterga (cuando no impide). Y la postergación también implica muertes, implica locura".

Y mi cabeza volvía a Malvinas, a los excluidos que morirán sin conocer una vida digna, a los instrumentos del delito en niños que no sobrevivirán a los 18 años, y entonces pensaba eso y pienso: realmente a veces deseamos (quien diga que no, se miente a sí mismo) unas pocas muertes para evitar millones. Realmente a veces una muerte por horrorosa y cuestionable que sea es la única forma de frenar el horror porque la ley allí está para impedir cualquier otra medida. La ley está ahí para escalar esa violencia interna, te corta el paso, te sostiene las manos, te tapa la boca. Y luego te castiga por eso que ella misma ha provocado. Porque los millones no tienen ni conciencia de lo que se está haciendo los ellos, mientras que esos unos pocos, sí; aberrantemente saben lo que hacen y no sólo no les importa, sino que lo consideran un instrumento a sus fines de poder.

Recordé a Thoreau y la desobediencia civil. En estas situaciones de rebelión y destrozo cerebral es cuando entiendo qué decían esos locos. Thoreau estaba preocupado por la guerra, promovía la deserción ante el horror de la guerra, tanto desde las perspectiva del soldado como del invadido.

Sí (sentía en la carne sin atreverme a pensarlo en palabras), una muerte, es terrible en términos de humanismo pero es peor la muerte y el horror de miles completamente ajenos a los motivos que originaron esa situación sin salida. Motivos completamente espúreos, motivos que no fueron impedidos a tiempo y siempre relacionados con el dinero, con el poder, siempre con el poder.

Y sí, yo no levantaría mi mano para arrojar una piedra porque fui aleccionada para ser oveja, cordero. Pero también eso es violento porque internamente sé que soy cómplice y no me consuela decir como otros "para eso está la ley, hay que cumplir la ley, hay que confiar en las instituciones". Porque sé que es la ley y las intituciones las que promueven, reproducen y estimulan todos estos abusos. Y no hay derecho a arruinarle la vida a millones de personas. Si la vida es inesperadamente corta.

El mal menor o el mayor beneficio es un típico dilema de ética. Se estudia en Derecho. No tiene solución. Simplemente uno elige. Y asume. Asume el costo del resultado. Pero uno elige porque no hay una respuesta correcta. Cualquier camino es malo, uno simplemente elige el que cree más beneficioso.

El punto es que en la Guerra de Malvinas había millones de personas ajenas al tema y un puñado de locos jugando a los soldaditos con pibes de 18 y 20 años. Por un tema de poder, de dinero, de nacionalismo estúpido, de banderas, de fronteras y de vaya a saber qué otras estupidedes más.

Después de eso caminábamos pero mi cabeza ya no estaba en sus cabales. Y releo estos párrafos y me doy cuenta de que sigue en desorden.

En la conversación posterior durante la caminata, la conversación de sólo dos, el tema derivó a la ley, tema que tenía ya agitándose en mi lengua. Y mi compañera habló de las obras sociales, de la ley que obliga a las obras sociales a tomar personas mayores y de los puntos oscuros. Me contó el caso de una mujer que vio en la Superintendencia de Salud (o como se llame, se trata del ente de control) que suponía que la ley le posibilitaba acceder a una prepaga de calidad e iba a denunciar el arancel abusivo que le imponían: $6000 (algo así como USD 1000). Yo le decía: "las leyes se hacen así. Se ponen un montón de detalles que hacen que en apariencia la ley te beneficie pero en la práctica la mayoría de los casos queden afuera". Entonces recordó que la Superintendencia de Salud estaba llena de "Gentileza de Swiss Medical", la señalización de los espacios por ejemplo. Entonces decía que justamente allí no debería haber ninguna gentileza de ninguna empresa, ya que es órgano de contralor. Que cómo iban a defender a la gente si estaban comprometidos con las empresas y que era evidente que se iban a poner, mediante éste (y vaya a saber cuántos otros sobornos, pienso yo) por retribución, a favor de la empresa. Fue ella quien asesoró a la mujer sobre cómo dejar constancia de su reclamo ya que el empleado simplemente no le ofrecía alternativas para acceder a su derecho.

Yo agregué algo acerca de los legisladores, los califiqué de parásitos según mis conclusiones, y calculé que la mayoría no tiene idea de lo que hace, que formulan leyes que generan problemas a la gente y que corrigen con nuevas leyes que empeoran las cosas. Y que otra minoría es conciente de lo que hace y lo hace funcionalmente a las empresas.

Encima nos expropian para someternos con sus arbitrios, y se aumentan discrecionalmente los ingresos a costa de nuestra estupidez.

Ella consideró que la solución era respetar a las intituciones porque de esa forma se limita el poder.

Yo no coincidí pero preferí callar, porque temí quedar muy expuesta en otro lado, en un territorio del que nadie quiere saber y que yo misma hubiera preferido nunca pisar.

Y volvemos al inicio. ¿Cómo se limitan estos abusos si la misma ley garantiza que no podamos asumir soluciones definitivas por todo lo que prohibe ni poner frenos al menos, a la espantosa colección de víctimas, mudas, escondidas detrás de estadísticas mentirosas, disfrazadas con eufemismos?

Y vayamos al tema de la autoayuda. Los libros hablan de lo sano que es saber poner límites, cómo nos protege, cómo nos evitan llegar a situaciones que nos sumerjan en la incapacidad de protegernos del abuso, en la violencia o a hacer cosas que no queremos. Como un NO, evitan tantos males. Y el punto es precisamente reconocer cuándo decir no (que es dificilísimo), cómo decir NO y cómo hacer que sea efectivo y no quede en el terreno del berrinche.

Y como sociedad, cómo hacemos para decir NO, dónde elegimos ese límite, como hacemos para recuperar todo ese terreno perdido. Cómo hacemos para que la misma sociedad entienda que ya estamos sumergidos en un terreno en donde no podemos actuar. Que es el el respeto ciego a la ley lo que nos sumergió en ese terreno y nos condujo a este punto en donde un NO ya es violencia.

Dónde debimos haber puesto el límite, cómo fuimos seducidos, engañados, cuál fue el argumento de la tolerancia, del ser civilizado que abrió la puerta a esta situación.

Dónde ponerlo.

Buenos días.

Nota del 26-feb-13: edité esta nota y eliminé las referencias a atentados, porque los atentados merecen varios posts de análisis y no soltarlos así, ligeramente a la red.
Este post fue escrito durante después de un día de conmoción y no es fácil expresar toda la cadena de motivos y explicaciones que hay detrás de cada afirmación.

*Releo este post y no puedo evitar violentarme de nuevo. 18 años entonces. 30 años después aún recuerdo a ese hombre y recuerdo que mi mansedumbre y mi terror me impedía agredirlo, pero mis sentimientos me llevaban a desearle la peor muerte. No me importa lo políticamente correcto, ni la moralina de "noooo, no se le desea la muerte a nadie". 
Quien jamás haya deseado la muerte a alguien que reclame su beatificación en vida al Vaticano.
A mí no me engañan.


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