martes, 2 de febrero de 2010

La solidaridad mal entendida II. (actualizado al 11-jul-12)

Algo que me irrita (bah, otra cosa más -de las tantas- que me irrita) es cuando la gente se sube a la tarima y sentencia: "arreglan las plazas y hay gente que no tiene qué comer". Es una clásica chicana.

Yo soy la primera en desear que todo el mundo tenga sus necesidades básicas satisfechas (y no malamente satisfechas), pero desde gobernar una casa a un país, incluye atender a esas necesidades básicas, pero además hacer sustentable esa satisfacción pero también mejorar el bienestar, y aspirar a necesidades de otro nivel. Es la forma de progresar. Sino nos quedaríamos en lo primitivo: comida, salud, vestimenta, vivienda y seguridad.

Tal vez por mi pensamiento sistémico o por mis años de análisis para mí es obvio, pero algo en lo que creo fervientemente es que si en tu vida hay 10 cosas mal, un plan de vida utópico e innecesario es revertir el estado de esas 10 cosas. Porque esas 10 cosas no son independientes, simplemente porque el ser humano, por mejor que sepa "separar las cosas", es un único individuo y no puede ignorar el resto de su acontecer. (11-jul-12: tal vez mi pensamiento sistémico sea la variable que tengo que cambiar)

Así que si mejoramos una o dos cosas, el panorama entero cambia. Ya no van a ser esas las 10 cosas que andan mal en mi vida: no importa si la cantidad se mantiene o disminuye (o aumenta si implicó acceder al "nivel 2") el panorana YA ES otra coas.

Un ejemplo tonto que tal vez pueda criticarse por simplista (pero no está tan alejado de la realidad): una persona no tiene trabajo y vive al límite, vive en un barrio de alto riesgo, con miedo, sale y vuelve temprano, toma dos colectivos porque una de las líneas pasa por una villa peligrosa. Gasta el doble en viáticos y no puede tomar trabajos en horario vespertino, tiene una visión negativa del mundo, desconfiada y a la defensiva. Supongamos que esa persona obtiene la oportunidad de mudarse a otro barrio mejor conectado a los centros que ofrecen trabajos de su especialización, con tránsito directo y más seguro. Pasan varias cosas, de una vez, gasta menos en viáticos (aunque sea chaucha y palito), gasta menos tiempo en viaje y está más descansado, cambia su actitud frente al otro, desconfía menos, ve rostros más amables, se anima a contar con el otro en lo más básico como antes no contaba y además, tal vez, puede tomar un trabajo vespertino, que le conviene, tal vez le gusta incluso y ¡tiene un ingreso que no tenía! (11-jul-12: pésimo ejemplo, pero el concepto lo sostengo).

Cuando cambian una o dos cosas, todas las otras se ven afectadas.

Por eso, yo veo bien que un gobierno (del hogar, de la ciudad, del país) atienda no sólo a las necesidades básicas sino también al bienestar. Razonablemente, claro.

Es importante la limpieza, es importante la accesibilidad, es importante la belleza, es imporante también el esparcimiento. Es importante mejorar el lugar donde uno vive, favorecer el encuentro con el otro, favorecer compartir actividades o gustos, favorecer la identificación, cohesionar un barrio, una ciudad, una región o una nación por encima de las barreras que impone la segmentación económica.

Por eso, para mí, la solidaridad mal entendida apunta al asistencialismo puro, de lástima.

Yo no creo que tener lástima ayude a alguien. Cuando le tengo lástima a alguien, le quito su dignidad. No le reconozco su capacidad de valerse solo, no le reconozco su capacidad de elegir lo mejor para sí mismo aunque sea distinto de lo que yo creo que es mejor. No le reconozco su individualidad de elegir cómo conformar su propio bienestar.

Por eso, yo creo que aquellos emprendimientos solidarios que favorecen compartir un momento de alegría, de encuentro en los gustos comunes, de la risa, o de la emoción, es importante y también a apunta a generar ese mejor ambiente que es bueno ambos a la vez. Eso es sustentable porque el disfrutar de algo, que es lo mismo que disfruta el otro, crea un lazo. Un lazo verdadero, no forzado, no de campaña publicitaria. De lástima amarillista. De ponerse por arriba y decir "qué barbaridad, qué mal viven, menos mal que nosotros sí tenemos cabeza. Bueh, que al menos tengan un cacho 'e pan." Eso es desprecio y no ayuda a nadie. Sólo favorece el odio, el revanchismo.

Por eso creo que los espectáculos gratuitos, las exposiciones o conferencias gratuitas, las charlas, cursos, jornadas y juegos comunitarios, mejor cuando son voluntarios (como un modo de concebir la sociedad) son emprendimientos solidarios sustentables: construyen una mejor sociedad que nos sirve a todos y modifica la visión del mundo, . Eso que compartimos unos y otros, que es común y bueno para ambos, nos hace iguales (en ese instante). No hay brecha, puedo relajarme y mirar al otro sin rencor, si la sociedad ofreciera cada vez más espacios de encuentro en donde no tenga que pagar, no me quiten lo que tengo en el bolsillo y me cuesta la vida ganar.

¿Dar de comer? Al desnutrido, al enfermo, al que no puede valerse por sí mismo, al que está pasando temporariamente por una emergencia. Si yo no le doy oportunidad para que se valga por sí mismo, lo hago mi esclavo: depende de mí para subsistir. Me puse por encima. Estoy uno o más escalones por arriba o delante.

¿Remedios, asistencia médica? Sin dudarlo, pero con el concepto de que el ser humano es una forma de vida maravillosa y que el sólo hecho de que exista hace que valga la pena conservarlo. No, porque yo puedo y el otro ("pobre...") no.

Darle su lugar al otro, no avasallarlo, dejarlo que elija, pero darle oportunidades de acceder a lo que elige, con un esfuerzo razonable. Eso es para mí la solidaridad bien entendida.

La solidaridad bien entendida (siempre para mí) tiene que difundir los medios, permitir que los interesados puedan aprender cómo acceder a lo que necesita (razonablemente en tiempo, costo, esfuerzo) y aprovechar las oportunidades que ofrece el mundo, y garantizar que las oportunidades no están limitadas a unos pocos. La solidaridad bien entendida no tiene lástima, no regala, valora el esfuerzo pero ayuda a no flaquear. Permite que el otro "pueda". Naturalmente, sin pensarlo siquiera. De sentido común.

No conozco a nadie que no sienta placer al recordar con orgullo cómo se ganó eso que obtuvo y ansiaba tanto. Si le quito esa posibilidad al otro, también lo estoy sometiendo, le estoy quitando la posibilidad de sentirse digno, orgulloso de sus logros.

Por eso, yo creo que mientras la sociedad no cambie y sea aún necesario el asistencialismo, ya hay que empezar a construir esa sociedad que vea el derecho a ser digno del otro como algo natural.

Buenos días.


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