miércoles, 10 de noviembre de 2010

Post triste

Mi ausencia de estos días se debe al encadenamiento de varias circunstancias, la primera, que habiendo finalmente encarado el tema del "trabajo", me he visto obligada a revisar lo que sé (y de dónde proviene) y qué más me falta saber. Y otras causas como acumulación de trabajo debido a la altura del año y algún temita de salud que me mantuvo en cama varios días.

Y no era mi intención escribir esta semana, pues aún me falta mucho por leer sobre el tema. Y he evitado la tentación de escribir de otros temas que han ido surgiendo. Pero hoy no puedo evitar volver a escribir, y esta vez sobre la tristeza.

Tiene que ver con mi función docente.

Siempre me cuestioné (hasta que llegué a MI respuesta, la que me sirve a mí y pocos comparten) por qué las evaluaciones son instancias tan duras, tan crueles y tan poco comunicativas respecto de lo que ocurre con el crecimiento del conocimiento y pericia para resolver problemas, del estudiante.

Yo observé que uno entra en un juego parecido al de los antivirus y los virus. En cuanto un programador diseña una nueva estrategia de ataque o bien lo implementa novedosamente a través de un nuevo malware, otro desarrolla una estrategia de detección y neutralización. Con los exámenes pasa algo parecido: los estudiantes desarrollan estrategias de copia y los docentes desarrollamos nuestro sexto sentido para darnos cuenta.

Es un conjunto de señales, una cierta cantidad de medidas que separadas son ineficaces pero juntas permiten disuadir o invalidar la mayoría de las iniciativas. Manos bajo el banco obligan a estrechar el control. Lo mismo que las manifestaciones exageradas de preocupación, movimientos extraños, ciertos movimientos de los ojos o leves inclinaciones de cabeza o tronco. Antinaturales para la posición de escritura. A veces imperceptibles. Pero los detectamos. Entonces caminamos, recorremos, disimuladamente a fin de buscar nuevos indicios y neutralizar el intento. Evitando la confrontación, intentando que sea indiscutible. Pero estos controles son percibidos por el estudiante que se copia y por otros, próximos, y todos se ponen nerviosos y se desconcentran. Y algunos se sienten acorralados aún no habiendo hecho nada porque temen haber incurrido, sin querer, en alguna alarma y ser acusados injustamente.

¿Por qué generar esto? ¿Acaso no deseamos el mejor rendimiento de los estudiantes? Esto no contribuye.

¿De memoria? Los estudiantes creen que deben estudiar de memoria cuando no logran captar qué es aquello que naturalmente los conduce a las soluciones con un esfuerzo mínimo. Entonces recurren a la copia, al machete, a la consulta, al soplo.

Por eso soy partidaria de los parciales a carpeta abierta, con resolución de problemas de aplicación con fines prácticos, o bien de opinión, o conclusiones. Si es eso lo que van a hacer profesionalmente. No van a recitar las normas de control interno, o el procedimiento de cobranzas. Tienen que saber qué función les está faltando, detectar dónde hay duplicación de tareas o falla un control, dónde se produce un hueco. Recurrirán a libros, políticas corporativas, buenas prácticas, foros, listas de correos. ¿Por qué no permitir que hagan uso de toda la artillería? Si esto también va a ser parte de su desempeño profesional.

Tsun Zu decía que nunca hay que dejar sin salida al enemigo. Bueno... enemigo. Es una figura para ilustrar la idea. ¿Es el parcial un desafío de controles y estrategias de evasión? ¿O es una instancia de aprendizaje, totalizadora, práctica, un clímax en la exigencia de aplicación de recursos?

Hoy un alumno mío fue sorprendido mientras se copiaba. Yo ya había notado esto que decía más arriba, que el control genera más tensión y que, si no hay señales, es innecesario. ¿Gano mucho logrando que ningún alumno se copie? ¿O gano más bajando un poco el control para que todos trabajen más relajados a costo de que uno o dos hagan trampa? Así que hoy decidí sólo mirar si detectaba las señales más groseras, posturales y actuar más desatendidamente. No nos pusimos de acuerdo, pero naturalmente cada tanto alguno hacía un paneo y se plegaba a la conversación más relajada, bromas, risas. Sabíamos que el parcial de hoy requería dejarlos tranquilos.

Y en ese escenario, un ayudante ve el machete. Grosero, torpe. Otro ayudante lo toma. Yo no quería ni mirar. El jefe de trabajos prácticos intervino. No se trataba de un mal alumno. A veces estas cuestiones se minimizan. Se le atribuye, anacrónicamente para mí, un significado demasiado relevante. La copia, el machete, la consulta es considerado una trampa y la trampa, un problema de ética. Puede conducir a un sumario y el sumario a una medida más drástica. Podríamos discutir días enteros si la decisión de copiarse responde a cuestiones éticas o a cuestiones psicológicas o sociales. No estoy tan segura. Lo que creo es que no tiene mucho sentido realizar una persecución que depura un procedimiento que no considero del todo útil, pues no garantiza que el resultado obtenido el estudiante, refleja su conocimiento. Los exámenes tradicionales no lo refleja. Reproducir un enunciado, la respuesta esperada, el concepto de libro o un diagrama de memoria, no dice nada de la capacidad del estudiante de diseñar una solución aplicando genuinamente conocimiento. Por eso para mí la copia es una respuesta equivocada e infantil a un problema mal formulado y anacrónico.

Hoy ningún profesional tiene que recordar memorísticamente una receta para su aplicación directa. Hoy en día los profesionales consultan, comparar, releen una y mil veces, una norma, un modelo, discuten con pares, consultan en foros para hallar la mejor solución con las restricciones bajo las que operan.

Es cierto que los estudiantes han sido entrenados tras larguísimos años de primaria, secundaria, CBC y primeros años universitarios a que la solución de problemas reales pertenece a la realidad y no al ámbito de la facultad. Y que en los parciales y finales hay que repetir lo que dice el apunte, el profesor o el libro. Esto debe ser revertido. La carrera debe ser el ámbito de discusión y de reflexión en el que deben entrenarse para poder diseñar soluciones y continuar autoformándose cuando las tecnologías y los cuerpos teóricos evolucionan.

Cuando ocurre que un estudiante es sorprendido copiándose me invade una profunda tristeza. Si hubiéramos controlado más no hubiera llegado a esa situación. Si hubiera controlado más. Pero yo no quería controlar más sino menos. Yo quiero parciales de carpeta abierta, Internet libre, libros online, cualquier recurso. No quiero controlar para que no me pasen y ser yo la que tiene el as en la manga y enorgullecerme de que me las sé todas. ¿Qué sé? ¿Sé impedir que el estudiante despliegue una estrategia alternativa al estudio? Esto es porque pido reproducción y no aplicación. Debería ser inútil copiarse. Debería ser inútil plantear una cuestión de ética o una cuestión psicológica o social en la trampa de evadir un control. ¿Es esto lo que les será más útil como profesionales?

Esto me entristece profundamente. Qué lejos estamos como docentes y como estudiantes de lograr de la universidad un espacio de conocimiento y aprendizaje.

Y evidentemente fallamos también en hacer germinar estos valores.


Buenas noches.


DELIMITACIÓN DE RESPONSABILIDAD: Todas las afirmaciones de este blog son libres interpretaciones mías, sujetas a posibles, abruptos y arbitrarios cambios de opinión sin aviso previo.
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jueves, 4 de noviembre de 2010

El trabajo como valor III returns, la primera secuela

Bueno, en realidad no es la primera secuela, será la cuarta o la quinta porque las anteriores aún no entraron al horno y requieren alguna elaboración más. Ese artículo me detuvo varias veces, pero luego de leerla y releerla me pica una cosita, en general, que quiero desembuchar.

Tiene que ver con esto de que el trabajo es un valor hoy por hoy para todos los de clase media en todas sus variantes, y parte de la clase baja. De la clase alta no puedo hablar porque me es muy ajena. No hablo de lo que "se dice" con palabras bonitas, sino lo que está en la boca y expectativa de la gente.

La gente sufre si no tiene trabajo, se deprime, porque no sabe qué cosa hacer con su tiempo. El artículo cita a Hannah Arendt: "La Edad Moderna trajo consigo la glorificación teórica del trabajo, cuya consecuencia ha sido la transformación de toda la sociedad en una sociedad de trabajo. Por lo tanto, la realización del deseo, al igual que sucede en los cuentos de hadas, llega un momento en que sólo puede ser contraproducente, puesto que se trata de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada de las trabas del trabajo y dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y significativas por cuya causa merecería ganarse la libertad."

Ese esto último de "dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y significativas por cuya causa merecería ganarse la libertad" lo que tal vez es lo que sume a la gente en la depresión cuando está sin trabajo (la gente influenciada por lo del trabajo como valor, eso de que el trabajo dignifica, realización a través de la profesión, estar haciendo siempre algo útil, sentirse útil, sentirse productivo, prosperar en el trabajo, etc).

No todos los estratos sociales están impregnados de este valor, sólo aquellos que aceptan el rol de hacer girar la rueda, producir para que todos consumamos (yo, primera). Y lo naturalizamos de tal forma que llega un punto en que si alguien nos lo muestra decimos "no, yo no soy así".

Luego desesperamos, excepto los adictos al trabajo, por las vacaciones, ese período de ocio, en el que nos transformamos en otras personas, personas de paso, personas transitorias, con actividades, emociones y "personalidades" con fecha de vencimiento.

El problema está cuando otros estratos, de base numerosa y en apabullante crecimiento (los excluidos, los marginales), nos ponen de cara al meollo de la cuestión... que es "que laburen los giles". O sea, nosotros.

Nosotros que, para quedar bien vistos y porque no somos tan vivos, necesitamos desprestigiar las herramientas de los otros para pasarla bien, porque por pusilánimes, preferimos pasar horas, días, semanas, meses, dedicados a las aspiraciones de otros para "ganarnos" unas merecidas vacaciones, el LCD, el viaje a Paris, Disneyworld o a escalar, el hobby caro, la cena exótica.

Bueno, tal vez lo de pusilánime es fuerte. Es que yo necesito exagerar para dar fuerza a la idea. Sería algo así como una variante de "la diplomacia es el recurso de los débiles".

Pagamos con toda la vida, unos minutos de placer.

¿Horas, días?

Entonces nos autoconvencemos de que la meritocracia (el otro nombre de la ley de la selva, en donde se remplaza la fuerza por el mérito), que nunca vamos a nombrar porque es discriminatorio y deja afuera a muchos, nos hace legítimos acreedores del bienestar. Todos los demás, lo usurpan.

El mérito pone al alcance de los débiles (como yo, por ejemplo) y los cobardes (como yo, por ejemplo), el mismo premio que antes se obtenía por la fuerza de las armas y/o del ingenio (como Ulises/Odiseo).

Nosotros nos merecemos el premio por tanto esfuerzo, por quemarnos las pestañas, por nuestra fuerza de voluntad, porque supimos privarnos, porque para eso trabajamos, porque para eso pasamos noches sin dormir, para eso no nos fuimos de vacaciones y nos arreglamos solos y no pedimos prestado, porque para eso hicimos honor al "remienda tu paño y te durará un año, volvelo a remendar y te volverá a durar".

Para eso nos matamos trabajando y al hacerlo perdemos los años más plenos de nuestra vida, cuando no nos dolía casi nada, cuando resistíamos más, y nos recuperábamos mejor o ni nos dábamos cuenta. ¿Y para qué usamos esa virtud mágica de la juventud?  Para trabajar. Para otros. Porque para tener lo que tenemos IGUAL nos tuvimos que privar.

Y viene un vivo y nos asalta, nos roba, nos despoja. Uno que nunca trabajó, capaz que hijo y nieto de eternos orgullosos desocupados o vividores de niños, que estaba en el bar o embobado mirando Tinelli o falopeándose, mientras yo me quemaba las pestañas estudiando para los exámenes y tener un título que me abriera la puerta a un trabajo mejor remunerado. Y más esclavo. Porque ahora tengo celu y laptop del trabajo y tengo un pin para acceso remoto para poder conectarme "cuando quiera" y estoy en una lista de un BCP (Business Continuity Plan) en virtud del cual me pueden llamar incluso mientras festejo íntimamente algún aniversario, por ejemplo.

La bronca no es por la plata. O sí, porque, porque representa no haber gozado o no haber gozado plenamente o el todo el tiempo que era posible. La bronca es porque soy un/a gil, que se sintió orgulloso/a cuando recibió el celu, la laptop, el pin y pasó a formar parte de la lista de los "imprescindibles" y creímos, como en "La isla", que salimos sorteados en el premio mayor que "a la final no era más que la muerte, no era".

La bronca es porque todo el sacrificio y las concesiones sobre nuestra vida privada, es siempre a cuenta. A cuenta de futuras promociones por las que competimos en "mayor esfuerzo/mérito/dedicación" con otros nabos igual que nosotros, por futuros aumentos o privilegios, que tal vez luego se generalizan y resultó que sólo fuimos pioneros por unos meses, o bien se eliminan para todos en virtud de una más estricta "política de integridad".

La bronca es porque cuanto más te esforzás trabajando y estudiando, estudiando detalladamente detalles cada vez más pequeños que cambian y desactualizan cada vez más vertiginosamente y ya quedaste out, te vas olvidando de qué era sentir placer despreocupadamente, sin urgencias, sin sentirse imprescindible y SIN PAGAR NI DEBERLE NADA A NADIE.

Por eso la bronca, cuando el otro, que pasó y vio la oportunidad, te birló la billetera o te hizo pasar un mal rato (no hablo de muertes, violaciones ni torturas, entiéndase bien) sin el más mínimo esfuerzo ni sacrificio previo.

¡Con qué derecho!

¡Con qúe derecho me muestra lo idiota que soy!

Buenos días.




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