jueves, 6 de enero de 2011

Exorcisar nuestros monstruos

Me encantan los cuentos y novelas, las películas, series y fábulas, que hablan del hombre, de sus miedos, sus horrores... sus caras y sus máscaras. Creo que desde hace milenios el hombre busca explicarse a sí mismo qué es, en qué se ha convertido y cuál es la forma de redimirse del propio horror que le genera ver su propia mirada.

Minotauro. Polifemo. Cronos devorando a sus hijos. Gea conspirando contra Cronos. Zeus destronando a Cronos. Afrodita naciendo de una castración. Edipo huyendo del incesto. Penélope esperando en una isla o una estación. Ícaro, como la Torre de Babel, desafiando a los dioses. Medusa, cuya mirada te petrifica (¡qué mujer!). La Esfinge. Los Olímpicos, cada uno de ellos. Hades. Osiris. Isis. Horus. Seth. Caín y Abel. Adán y Eva. Arjuna. Ahura Mazda. Quetzacoatl. Shiva. Hércules. Narciso y Eco. Judas. Drácula. Frankenstein. Superman. Batman. Los mutantes. Los extraterrestres. Alien. Robots. Animales prodigiosos. King Kong. El Abominable Hombre de las Nieves. El hombre lobo. El Yací Yateré. Los zombies. Las Parcas. Las Ninfas. Las Sirenas. Las Hadas. Los Trolls. Los duendes. Peer Gynt. Peter Pan. Caperucita Roja. La Cenicienta. La Bella Durmienta. Hansel y Gretel. Pandora. Prometeo. Hulk. El Guasón. El Acertijo. Gatúbela.

Todos y cada uno nos cuentan sus historias, sus destinos, sus finales felices, aleccionadores, ambiguos. Sus exorcismos y sus redenciones. Los precios pagados por sus destinos. Sus finales perdidos, congelados, olvidados. Atados eternamente a contarnos la misma historia, a brindarnos su moraleja, a veces, en virtud de los cambios del Hombre, hoy ya ininteligibles, inasequibles. Nos repiten sus mandamientos, sus valores, vigentes, perdidos, cuestionados, revividos, rescatados.

Somos nosotros. Somos mutantes. Podemos ser otra persona, con una energía mayor, con un poder creativo o destructivo superlativo, controlada o incontroladamente.

Eso somos.

Transitamos uno o más de estos personajes y ellos nos atraviesan y nos imprimen sus destinos y nos hablan de sus costos y sus logros.

El problema es que perdimos la capacidad de oirlos. De verlos.

Un mundo lleno de ciencia, que todo lo mide, que no se compromete en pronósticos sino estocásticamente y mucho menos en vaticinios, ha hecho que olvidemos cómo se mira hacia adentro, hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo y podamos descubrir dónde estamos ubicados.

Todos esos personajes que durante siglos y milenios nos acompañan y que hoy se multiplican a tasa exponencial (¿por qué será? ¿será que no encontramos modo de explicarnos?) nos salen al cruce decepcionados, porque no sólo no los reconocemos sino que además los negamos.

Nos negamos.

Buenos días.


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miércoles, 5 de enero de 2011

El hombre dividido

Aún no he podido, como me prometí, ahondar el tema del trabajo. ¡Es que son tantos los temas que se nos ponen enfrente, todo el tiempo, que para evitar estar sentada en la PC escribiendo como una obsesiva, tengo que decir "no, de esto no voy a escribir".

Pero voy a ceder a un tema que para mí es otro de los temas fundamentales, porque tiene que ver con nuestros chicos.

Siempre dije que nuestra sociedad es un ente enfermo que crea monstruos y luego los confina al ostracismo. Pero creo ser imprecisa al decir que es un problema nuestro y de ahora, porque la humanidad tiene registro de este comportamiento tan extraño cuya finalidad no comprendo desde que tiene memoria. Tal vez es una forma de preparar a los más aptos (sin saber aún cuáles son): los trabajos de Hércules, la confinación de los Titanes y los Cíclopes, los distintos mesías, elegidos y profetas, el Dr.
Frankenstein y su creatura que la sociedad persigue, el Rabbi Judah Loew, Maharal de Praga, que en el siglo XVI crea al Golem, quien "A pesar de tan alta hechicería, no aprendió a hablar el aprendiz de hombre, sus ojos, menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa"* termina también enfrentado a la sociedad y perseguido por ella.

Creamos monstruos: ladrones, asesinos, torturadores, acosadores, depravados, inmorales, estafadores, abusadores, pandilleros, mafiosos. Y luego (y esto a partir de las sociedades disciplinarias que surgen con la caída de la nobleza y sus privilegios) los encerramos, los clavamos en una picota, como el Sr. de las Moscas y como nuestra misma violencia punitoria, nos aterrorizamos a nosotros mismos.

Ayer una amiga nos invitó a firmar para que se enseñen valores en la escuela. Y yo estoy de acuerdo porque hemos olvidado, de tanto comprar espejitos de colores cibernéticos, aquellas cosas que son fundamentales.

Pero soy un poco pesimista. Precisamente porque la gente ha olvidado estos valores o directamente no los ha conocido y no hay forma de aprender estas cuestiones desde una perspectiva teórica, si no se ha vivenciado.

Y muchos padres y maestros incluso, adolecen de esta gran carencia. Aunque siga siendo la misma sociedad que enviaba doncellas a acallar las furias del Minotauro, como un vaticinio, la sociedad ha cambiado. Ya no mira hacia adentro. Ya no mira hacia los lados. Ya no mira hacia adelante, y sólo cuando hay un rédito económico o político, mira escasa y superficialmente hacia atrás. Y con la muerte de los dioses, también ha perdido la capacidad de mirar hacia arriba y hacia abajo. El hombre genérico hoy transcurre sin mirar. No mira donde pisa, no mira donde elimina lo que no necesita y no mira tampoco los medios para obtener lo que necesita. No mira cómo afecta lo que dice y lo que hace al
otro. Y está tan generalizado que es natural no tener mirada ni miramientos.

La sociedad ha perdido la capacidad de comprender que se mira distinto hacia distintas direcciones. Y que cada dirección involucra las mismas partes de nuestra mente, nuestro espíritu y nuestro cuerpo, pero en distintos planos y con distintos fines.

Y tal vez perdió está capacidad porque luego no sabe qué hacer con esos pedazos, con esas distintas miradas. Experiencias, emociones, percepciones que luego no puede unir y dar sentido, ni reconocer como propias o humanas. En su afán de buscar la simplicidad ha olvidado que el ser humano está naturalmente dotado para reducir la complejidad con sus infinitos recursos. Y pese a ello el Ser Humano se ha perdido en su mundo artificial.

"Creó de nada un mundo, y, su obra terminada, 'Ya estoy en el secreto', se dijo, 'TODO ES NADA'" **.

Buenas noches.




*El Golem, Jorge Luis Borges

**Proverbios y Cantares, XVI, Antonio Machado




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